A ver cómo explico esto. Todo amante de la música tiene su lista particular de discos esenciales. Aquellos que han supuesto una revelación, dando forma al cauce de los ríos por los que fluye la sensibilidad de cada uno. Con estos discos ocurre como con los grandes amigos: puede que pase el tiempo sin saber de ellos, pero siempre están cerca, a mano, por si las moscas, como diría alguien con quien comparto simpatía, afinidad y horas de trabajo.
He escuchado a muchos músicos y críticos utilizar la expresión «me voló la cabeza» para describir el impacto recibido ante una determinada obra musical. Me parece una manera muy gráfica y acertada de explicar esa sensación que te invade de repente cuando adquieres la certeza de que una canción, un disco o un artista te van a acompañar el resto de tu vida. Pues bien, como cualquier amante de la música, sé cuáles son los discos que un día también a mí «me volaron la cabeza» y forman parte imprescindible de mi equipaje vital. Hoy hablo de uno de ellos, asumiendo el riesgo de que las palabras no hagan justicia a las sensaciones porque, a veces, ni siquiera decir que «me voló la cabeza» es suficiente.
A finales de de los años 90, Quique González era un músico sin compañía discográfica. En 1998 Polygram había editado su primer trabajo, Personal, producido por Carlos Raya con mucho rock y sonido telecaster por todos lados. A pesar de contener canciones que pasado el tiempo se han convertido en himnos para los seguidores del artista, como Cuando éramos reyes o Y los conserjes de noche, el disco no obtuvo buenos resultados de ventas y la compañía decidió prescindir del autor madrileño.
Quique, junto al mencionado Carlos Raya -que había sido su profesor de guitarra y era quien le guiaba por el complicado mundo de la industria- se dedicó a componer. En este dueto, el discípulo aportaba el talento creativo y el maestro la dirección musical. Quique creaba las canciones y Raya las vestía de domingo. Esta sociedad limitada dio como fruto un buen puñado de composiciones de una calidad fuera de lo común, grabadas de forma artesanal en un pequeño estudio que Carlos tenía en su casa a las afueras de Madrid.
Quedaba algo importante: encontrar una compañía que quisiera editar un disco con aquellas pequeñas joyas. La maqueta estuvo durante meses dando vueltas por despachos de ejecutivos de la industria musical que, sin duda, no se ganaban el sueldo, ya que ignoraron aquel fantástico tesoro que se les ofrecía. Finalmente fue Universal, que había absorbido a Polygram, la compañía que «echó» a Quique, quien volvió a mostrar interés por el artista. Era tal la calidad de la maqueta grabada por González y Raya que la discográfica decidió editarla tal cual, sin regrabar las canciones en estudio, tan sólo con unos pequeños retoques a la producción que había realizado Carlos Raya ayudado por José Nortes. Es decir, el disco que hoy idolatran (idolatramos) miles de seguidores de Quique González está hecho de demos, lo cual dice mucho del trabajo de quienes intervinieron en su grabación. Por fin, el 21 de mayo de 2001, hace diez años, salía a la venta Salitre 48, un disco que lleva el nombre y el número de la calle donde vivió un tiempo el artista madrileño, en el barrio de Lavapiés, y que reúne 16 arañazos en forma de otras tantas bellísimas canciones.
Decía que este es uno de los discos que me volaron la cabeza. Es cierto, aunque quizás no fuera consciente de ello en un primer momento. Eso me ha ocurrido otras veces, no todos los discos son como el Born to Run, capaces de dejarte sin aliento a la primera escucha. Lo de Salitre fue diferente, más pausado. Conocía a Quique González desde el año anterior. En noviembre de 1999 había muerto el gran Enrique Urquijo, y meses después escuché el nombre de Quique asociado al del añorado líder de Los Secretos. Ya conocía la excelente Aunque tú no lo sepas, cantada por Enrique junto a los Problemas, si bien ignoraba que era una composición de Quique. Años más tarde, en la casa familiar de los Urquijo, tendría la inmensa suerte de poder escuchar dicha canción en la misma maqueta que el entonces desconocido músico entregó a Enrique. Recuerdo que la primera vez que oí pronunciar el nombre de Quique González era sábado por la noche, y que el lunes siguiente ya había conseguido su primer y único disco hasta la fecha, el mencionado Personal.
Pero volvamos a Salitre. Lo hago para recordar la gira de presentación de aquel disco, los inolvidables conciertos en Galileo, sentado con mi amigo Alberto Castilla en una mesa al pie del escenario, bebiendo ron con coca-cola mientras a un par de metros Quique, Carlos Raya, Edu Ortega, Jacob Reguilón, Tony Jurado y Basilio Martí interpretaban Días de Feria, Crece la hierba, Ayer quemé mi casa, El Rompeolas o Salitre.
Gracias a la simpatía y profesionalidad de Gloria González, que entonces trabajaba en Cuatro Gatos, pude entrevistar por primera vez al músico durante aquella gira. Andaba intentando esquivar la etiqueta de cantautor que ya le colgaban. Él se sentía un rockero a la manera de Dylan, de Ryan Adams, de Steve Earle o de los Burning. Un rockero con la sensibilidad y el coraje de un poeta que acaricia cicatrices, capaz de escribir letras que diez años después siguen estremeciendo.
Salitre 48 fue para muchos la llamada, el toque de atención de un músico destinado a hacer cosas muy grandes, como ha demostrado después. Y las que le quedan, porque sólo tiene 38 años. Quique González es hoy un artista consagrado que cuenta con el respeto y el cariño de todos sus compañeros de profesión y constituye una referencia para muchos de ellos. Alguien que ha sabido arriesgarlo todo por la música, peleando a la contra y manteniendo una trayectoria en continuo ascenso. Eso le ha valido sumar seguidores con cada nuevo disco, unos fans caracterizados por una inquebrantable fidelidad hacia el artista. Si tienes un amigo admirador de Quique, seguro que en algún momento te habrá animado a escucharlo y hablado maravillas de su música. Son así.
Desde 1998 el músico madrileño ha editado ocho trabajos discográficos, y se puede discutir sobre las mejores canciones de uno u otro, pero siempre partiendo del hecho de que ninguno es un mal disco. El último de ellos, Daiquiri Blues, es una delicia grabada en la cuna de la música americana, en Nashville (Tenessee), en la que Quique se gastó lo que había ganado tocando en directo en su gira anterior. Así es como él entiende la música. Recibir para volver a dar.
Tengo en las manos mi ejemplar de Salitre 48 comprado aquella primavera de 2001. Está un poco ajado por el uso, ha viajado en mi mochila muchas veces, acompañádome como un fiel amigo a quien recurrir cuando es necesario, por si las moscas. A veces ni siquiera lo escucho, sólo me acerco a la estantería, abro el libreto y paseo la vista por las letras que me hicieron soñar, aquellas que en la voz de Quique un día me volaron la cabeza y aún lo siguen haciendo (anoche, sin ir más lejos, en el teatro Bellas Artes). Ese gesto es suficiente para tranquilizarme, para saber que los amigos siguen ahí, y que todo está bien.
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Chapó!
Está genial el aertículo, Chema. Me parece super entretenido y, por supuesto, didáctico, porque tengo que reconocer que no conocía la música de Quique González. Estoy viendo los videos que has incluido en el artículo y me gusta muchísimo lo que estoy escuchando.
Seguiré pendiente de nuevas publicaciones!!.
Un saludo.
Gracias Javi, me alegro de que te guste. Quique es un gran músico, te animo a escucharlo porque tiene canciones absolutamente maravillosas. Un abrazo
Cada día te superas. Sensacional, como siempre. Gracias por estos ‘secretos musicales’ ® 😉 compartidos.
Muy bueno Chema. Aún estoy saboreando el reencuentro que tuve con Salitre 48 hace un par de sábados. Iba conduciendo solo por la carretera de Andalucía, desenpolvé los CDs que guardo en la guantera y que descubrí gracias a tí en aquel mítico viaje a Laredo, y volví a sorprenderme de lo buena que es esta obra maestra de Quique González. Canciones que te transportan a playas semidesiertas, a desencantos amorosos, a días de bochorno en pueblos costeros, a viento, libertad y melancolía. En resumen una gozada para los sentidos. Después del de Quique rematé el viaje con el CD de «Los Madison»…un gran viaje, si señor! Gracias por iniciarme, amigo
Gracias Pedro, por recordar aquellos días irrepetibles en Laredo. Elegiste muy buena compañía en tu viaje de hace un par de sábados. Un abrazo fuerte.