En el Imprescindibles de La 2 dedicado hace unos días a Gay Mercader, el promotor afimaba que ya desde niño había identificado claramente cuál era su mayor ambición: vivir en el campo. Lo decía desde su impresionante masía ubicada en medio del campo en Girona, donde vive rodeado de animales. «Yo pensaba que, si esa ambición necesitaba mucho dinero, trabajaría duro», reflexionaba Mercader. «Y si volvía a arruinarme como me ocurrió cuatro veces y no era capaz de remontar, entonces me haría guardabosques».
Chema Doménech Fotografías: Jorge Matilla
Quizás, como me dijo un amigo una vez, el destino de cada uno en la vida dependa de la capacidad de contestarse a sí mismo a una pregunta: «¿Dónde está tu ambición?». Tener clara esa respuesta es lo que determinará en gran medida el camino vital que se acabará recorriendo.
Quien se dedica al mundo de la música puede tener entre sus ambiciones llenar grandes recintos, probar el sabor de la fama y del éxito y ser admirado, deseado y querido por muchas personas. También es posible que su mayor ambición sea sencillamente hacer buenas canciones o dar lo mejor de sí a la música y que todo lo demás venga por añadidura. O que no llegue nunca y tampoco importe.
Hace unas pocas semanas a Nacho Mur se le llenó el buzón de mensajes de felicitación aunque no era su cumpleaños. Todos los que esa noche escribimos al músico celebrábamos su aparición -para muchos por sorpresa porque él, tan reacio a darse importancia, no lo había difundido demasiado- en el programa de Buenafuente tocando la guitarra en la banda de Quique González. El tono general de los mensajes era de alegría sincera por él.
Particularmente aprecio a Nacho desde hace bastante tiempo. Recuerdo que en los primeros mensajes que nos cruzamos, en la época en que tocaba acompañando a una buena nómina de cantautores, le dije que seguía y admiraba lo que hacía y él contestó preguntando qué es lo que más me gustaba de su trabajo, con quién le había visto tocar y detalles así. Podría haberse conformado con el halago, pero sentía un interés auténtico por saber en qué había llamado mi atención como músico. Desde que lo conocí me gustaron su humildad y sus continuas ganas de aprender y de mejorar.
Cuando salió el libro sobre Salitre48, fue uno de los primeros en comprarlo. Quedamos en un bar cerca de la redacción en la que entonces trabajaba y nos tomamos unas cervezas mientras hablaba de lo mucho que admiraba ese disco. Luego leyó el libro del tirón en uno de sus largos viajes en furgoneta para ir o venir de un concierto y me envió algunos comentarios de agradecimiento por haber desvelado ciertas cuestiones musicales que le interesaban mucho. También me hizo notar un pequeño gazapo que contiene el texto en el que ni yo, que lo había releído varias veces antes de mandarlo a imprenta, había reparado. Hasta ahora sigue siendo la única persona que me lo ha señalado.
Seguimos coincidiendo en bolos, ya fuera en los que tocaba como guitarrista con otros artistas o en los del bonito proyecto personal que inició con Itziar Baiza bajo el nombre de Faz. Una tarde previa a un verano, volvimos a vernos en un bar cerca de mi trabajo, en un barrio distinto esa vez. Me contó lo ilusionado que estaba porque David Ruiz lo había llamado para proponerle incorporarse como guitarrista a La M.O.D.A., La Maravillosa Orquesta del Alcohol. Me alegré mucho y pensé que no había nadie mejor que él para ocupar ese lugar. Nacho, además de pertenecer a la misma generación y ser un magnífico guitarrista, compartía con los chicos de la banda burgalesa una filosofía que se resume en no despegar los pies del suelo, hacer todo por puro amor a la música y trabajar a fuego para mantener viva la llama.
Desde entonces hemos coincidido poco, aunque hablamos de cuando en cuando por whatsapp. Su trabajo como productor y como integrante de La M.O.D.A. absorbe todo su tiempo. Lo he visto en varias ocasiones sobre el escenario, disfrutando al ver cómo él disfruta de algo que se ha ganado a pulso. La otra noche fui a ver a Quique González en su gira de presentación de Las palabras vividas y allí estaba de nuevo Nacho Mur, cubriendo el flanco izquierdo del artista armado con guitarra eléctrica, acústica y española. Apenas había tenido tiempo para ensayar, por lo que sé en los días anteriores casi no lo tuvo ni para dormir, pero hizo un bolo impecable, contribuyendo a la brillantez de un show en el que muchos nos quedamos con ganas de más.
Después, al saludarnos, me dijo sonriendo: ‘Lo que es la vida, ¿eh? A veces se cierran círculos’. Y yo pensaba en ello mientras le veía moverse tímidamente por el camerino, sin hacerse notar, recibiendo felicitaciones por parte de todos. «Muy buen bolo, tío», le dijo Carlos Raya, seguramente sin saber que se lo decía a un tipo criado con el Ajuste de cuentas. Nacho recibía los comentarios con la ilusión en el rostro de alguien que se siente al inicio del camino, aunque venía de reventar el Wizink Center junto a sus compañeros de La M.O.D.A., al cerrar ante 15.000 personas entusiasmadas la gira más exitosa de esa banda de chavales enfundados en camisetas de tirantes blancas. «Después de lo que ha hecho Nacho estos días, tiene todo mi respeto», sentenció Quique González.

A veces se cierran círculos, sí. Y, casi siempre, saber dónde está tu ambición te coloca en un camino y te aparta de otros. Lo escribo mientras Nacho Mur está encerrado en algún estudio de Galicia, entregado a su pasión, que es la música. Porque creo que su ambición está en ser el mejor músico posible, y también creo que lo demás llegará por añadidura. De hecho, ya está llegando.
Si quieres unirte a la página de Esa canción me suena en Facebook, pincha aquí. Si también nos quieres seguir en Twitter, aquí.