Siempre estuvo enamorado de la música. Desde niño, cuando un militar retirado se instaló en el pueblo y reunió a una pandilla de chavales para formar una rondalla. Entre ellos a él. Era un ‘chichiribailas’, como dicen por allí, un crío menudo con brazos y piernas de alambre. Quizás por ello aquel viejo soldado le asignó el instrumento más pequeño y ligero, la bandurria. En poco tiempo las cuerdas de metal habían encallecido las yemas de sus dedos, que subían y bajaban por los trastes a velocidad vertiginosa, buscando cada nota con la rapidez con que los niños recogen caramelos en la cabalgata de Reyes. Durante toda su vida conservaría esa habilidad para la ejecución, ya fuera con la bandurria, instrumento que nunca abandonó, como con los que aprendería a tocar después.
Años más tarde, siendo apenas un adolescente, se acostubró a tomar el tren con dirección a Madrid para recibir clases de acordeón y piano con el maestro Pedro Leturiaga, quien acabaría fundando una conocida empresa de venta de instrumentos musicales que en la actualidad regenta su hijo. Con Leturiaga aprendió los fundamentos de esos instrumentos y a leer partituras de composiciones que ya siempre estarían en su cabeza: Las bodas de Luis Alonso, La Marcha Turca, La leyenda del beso…
Fue joven, aunque cuesta imaginarlo rebelde. Sin embargo, tuvo varias motos y una preciosa guitarra eléctrica de caja, que empezó a pasear por las verbenas de los pueblos de toda la comarca con las orquestas de las que formó parte, si bien donde se sentía realmente a gusto era al mando de los teclados. En esa época ya lo empezarían a conocer como ‘el músico’ para diferenciarlo de su hermano. Se casó y siguió compaginando su trabajo como comerciante en la tienda que había heredado de sus padres con las sesiones de baile en la discoteca del pueblo los domingos y con las verbenas populares de las fiestas de los pueblos en verano.
Tuvo hijos, primero dos y, por las mismas razones que guiaron a aquel viejo militar que fue su primer profesor de música, al mayor le asignó la guitarra y al pequeño la bandurria. Éste refunfuñaba y le pedía siempre una guitarra eléctrica. Le prometió que cuando supiera leer solfeo y tocar perfectamente se la compraría. Aquella promesa no la cumplió. Bueno, lo hizo a su manera. Un día se presentó con una pastilla electrónica que servía para conectar a un amplificador una de las viejas guitarras españolas que había por su casa. Esa fue la primera guitarra eléctrica de su segundo hijo, que para entonces hacía años que leía solfeo, aunque después lo olvidaría.
Aún tendría dos hijos más, chica y chico, y también los pequeños se contagiaron del espíritu musical que siempre hubo en aquella casa, en la que un piano presidía un salón y donde se podía encontrar cualquier instrumento musical al abrir un armario. Igual que se pueden encontrar hoy en las casas de sus cuatro hijos.
Él vivía la música. Incluso cuando dormía, canturreaba, quizás soñando con sus noches como músico de verbena, o con los conciertos que dio por muchos rincones del país como director de la rondalla del pueblo. Porque en su madurez, junto a algunos amigos, también fundó una rondalla, y durante los años que duró aquella aventura maravillosa enroló en ella a toda la chiquillería del pueblo. La bautizó con el nombre de aquel militar que le había acercado a él a la música, ‘Francisco Carmona’, y la convirtió en una de las mejores agrupaciones musicales de la provincia, llegando a ganar algunos certámenes, a aparecer en la tele y a grabar un disco. Es raro encontrar hoy en Jadraque a personas de entre 30 y 50 años que no hayan aprendido a tocar un instrumento en su niñez o juventud gracias a él, durante los años de esplendor de la rondalla ‘Francisco Carmona’.
Creo que le hubiera gustado ser músico profesional, aunque no puedo imaginarlo fuera de su querida tienda, a la que ha entregado su vida. Tampoco lejos de su piano o de su acordeón, con los que ha pasado y sigue pasando las horas ensimismado y feliz. Comerciante o músico, es un hombre bueno, el mejor que he conocido jamás. Me apetecía dejarlo escrito en el día de Santa Cecilia, patrona de la Música, que él siempre ha celebrado. Hoy también lo hará.
Nunca le he dicho que no me importa que no me comprase aquella guitarra eléctrica que me prometió, porque en su lugar me regaló algo infinitamente más grande: su ejemplo vital de persona sencilla, honrada y cabal y su inmenso amor por la música.
Hoy, Día de la Música, espero verte pronto. Tengo ganas de darte un abrazo, papá.

magnífico
Lo que más me gusta de lo que has escrito hasta ahora. Es importante saber agradecer a quién te lo ha dado todo. Un fuerte abrazo, amigo
Me he emocionado!!! La verdad es que se merece.
De bien nacido es ser agradecido. No lo conzco, pero desde hoy ya es como si lo conociera. Gente que sin quererlo ni necesitarlo merecería placa en una calle de su pueblo.
Qué bonito. Qué grande eres
Aquella pastilla fue un fracaso estrepitoso! Además me dejó un agujero en la caja de la guitarra (porque se puso en la mía) para sujetar la base del jack y poder conectarla al ampli. También me tengo que acordar de la cantidad de ratos que estuvo mamá con nosotros mientras papá compaginaba todo. Así es papá… una buena persona.
Cada uno da lo que recibe, luego recibe lo que da… canta Jorge Drexler. Para los que te seguimos, leer un post como este ha sido el mejor regalo en el día de la música. Tu padre tiene motivos para sentirse tan orgulloso de ti como tú de él. Enhorabuena. Un abrazo enorme.
Gracias por este post tan personal. Tu padre es un tio grande¡
Esto que has escrito, tu padre, vosotros, tu casa…..formais parte de mi vida y de mis recuerdos. Yo fui una de aquellas que aprendieron a tocar la guitarra….Sois una gran familia.
Gracias por escribirlo, Mª Rosa. Un abrazo!
Precioso texto. Ha conseguido emocionar a este pequeño intento de música =)