«La guitarra me salvó de la locura»

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Músico, superviviente del 11M, paciente con cáncer de pulmón… Todas esas definiciones sirven para José Luis, quien ha hecho que su guitarra y sus canciones formen ya parte del paisaje cotidiano en el hospital donde lleva meses ingresado. Su historia habla de problemas y de dolor, pero también de alegría y de superación.

  • Este reportaje se ha publicado originalmente en el número 336 de la revista Perfiles.

Chema Doménech

Es difícil transitar por los pasillos de la planta tercera de Oncología del Hospital General Gregorio Marañón, en Madrid, sin encontrarse con su sonrisa o sin escuchar unas palabras animosas de sus labios. Complicado también no cruzarse con su mirada, en la que el brillo alegre de unos ojos vivaces no logra ocultar un poso de tristeza, de amargura y lucidez. Es la mirada de alguien que ha vivido situaciones por las que tal vez nadie debería pasar. «De palo en palo, así ha sido mi vida», dice José Luis Pedrero Garrido, 52 años, vecino del pueblo de Vallecas. Aun así, él no ha dejado que los problemas lo derroten. «Hay que luchar, machote», dice a este periodista espantando la melancolía de un manotazo rápido e imaginario. «Tendrá que tener algún sentido esta vida, ¿no?», concluye con esa sonrisa que para muchos pacientes que comparten estos pasillos de Oncología es desde hace tiempo una invitación al desahogo, un cable a tierra al que aferrarse en situaciones a menudo desesperadas.

Su figura grande y entrañable a bordo de su silla de ruedas, su sempiterno pañuelo de corsario cubriéndole el cabello y su simpatía natural se han hecho ya cotidianas para el personal sanitario y los pacientes de Oncología del Gregorio Marañón

Porque José Luis lleva varios meses ingresado en este centro hospitalario madrileño. Su figura grande y entrañable a bordo de su silla de ruedas, su sempiterno pañuelo de corsario cubriéndole el cabello y su simpatía natural se han hecho ya cotidianas para el personal sanitario y los pacientes de Oncología del Gregorio Marañón y sus familiares.

Operación en la pierna
José Luis llegó a este hospital para someterse a una operación en su pierna derecha. El exceso de azúcar en sangre le había provocado una infección y era necesario amputar. Después de pasar por ese trance y una vez recuperado de la operación, acudió de nuevo al hospital a realizarse diversas pruebas. Esta vez el objetivo médico era practicarle una operación de reducción de estómago, con el fin de que la pérdida de peso hiciera posible la colocación de una prótesis en la pierna ausente. Pero las alarmas sonaron para José Luis en el transcurso de esas pruebas: una pequeña mancha aparecida en un escáner indicaba un cambio de planes en forma de diagnóstico de cáncer de pulmón.
«Me tenía que someter enseguida a radioterapia y quimioterapia. Yo vivo con mi madre, que tiene 80 años, en un segundo piso sin ascensor, con una escalera estrecha, y la primera vez que vine me tuvieron que bajar los bomberos. Así que me dijeron que lo mejor es que me quedara ingresado aquí hasta terminar el tratamiento, por eso llevo tantos meses en el hospital, que ya es como mi casa», dice José Luis.
Tan en casa se siente, que junto a su cama, igual que en su hogar real, reposa la que ha sido siempre su compañera más fiel: una ajada guitarra española. Con ella le gusta bajar por las tardes al gran patio central del hospital y dar rienda suelta a su pasión: tocar y cantar.

El reverso de la guitarra de José Luis, repleto de firmas y mensajes de compañeros del hospital.
El reverso de la guitarra de José Luis, repleto de firmas y mensajes de compañeros del hospital.

Ante todo, músico
Porque José Luis, que en esta vida ha sido muchas cosas, por encima de todas ellas se siente músico. Y lo es. Empezó a serlo de crío, junto a su hermano mellizo e inseparable, Mariano, cuando ganaron un concurso en el barrio cuyo premio era precisamente una guitarra. El amor a la música y la sabiduría de la calle les llevó a aprender enseguida a dominar ese instrumento. Más tarde formaron ‘Los Tocayos’, un grupo rumbero que atacaba canciones de Los Chichos o Los Chunguitos junto a composiciones propias. Actuaban donde los llamaban, se presentaron a diversos concursos («uno de ellos nos lo birlaron Los Pecos», asegura) y llegaron a actuar en la película ‘Colegas’ —con Rosario y Antonio Flores y dirigida por Eloy de la Iglesia en 1982— y a compartir escenario en una ocasión con Joan Manuel Serrat.
«Estábamos en lo mejor», recuerda José Luis. «Íbamos a grabar un disco, ya teníamos las canciones y todo encarrilado cuando una noche al salir de tocar de un garito, en la carretera de Valencia, un coche mató a mi hermano. Tenía 29 años. Ese es el palo más grande que me he llevado en la vida, machote. Mi hermano lo era todo para mí, imagínate: mellizos, siempre juntos, habíamos hecho la mili juntos, el grupo, la música… Toda mi vida se derrumbó en un momento y entonces te preguntas, ¿esto cómo puede ser?».

«Toda mi vida se derrumbó en un momento y entonces te preguntas, ¿esto cómo puede ser?»

A raíz de esa tragedia, José Luis dejó la música y su vida cambió. En los años siguientes se rompió su matrimonio y él comenzó a engordar. «Llegué a pesar 180 kilos», recuerda. Pero la vida aún no le había puesto a prueba lo suficiente.

El terror
El 11 de marzo de 2004, José Luis se dirigía a trabajar en tren como cada mañana. Al llegar a su destino se percató de que había olvidado la cartera y el dinero en casa. Como era temprano, ya que acostumbraba a llegar al trabajo con tiempo de sobra, decidió regresar a su domicilio y tomó un tren de vuelta. Viajaba en uno de los vagones centrales del convoy, el mismo que, al llegar a la estación de Santa Eugenia, hizo explosión. Nadie lo sabía en aquel momento de caos, pánico y muerte, pero quienes iban en ese tren se acababan de convertir en víctimas del peor atentado terrorista de la historia de España.
José Luis salió ileso del vagón, aunque cubierto de sangre y restos humanos de quienes viajaban junto a él. «¿Cómo te puedo explicar eso, machote? Es que no tiene explicación. Si lo ves, estás allí, y no lo entiendes, imagínate contarlo. Es algo que parece mentira, una masacre, una carnicería. A mí me tuvieron que llevar al hospital, me puse muy malo. Es algo tan horrible que es imposible de describir», asegura.
Después de aquello para lo que no encuentra palabras que lo expliquen, José Luis necesitó tratamiento psicológico por estrés postraumático. Durante más de un año tuvo que acudir diariamente a terapia, ya que no podía dormir asaltado por las imágenes que había visto aquel 11 de marzo salvaje. Pero entonces, cuando peor estaba, volvió a tocar la guitarra.
«Puedo decirte que a mí la guitarra me salvó de la locura, si no es por ella yo me hubiese quedado zumbado totalmente», dice acariciándola y besándola con delicadeza. «Con la música me olvido de los problemas, me hace feliz y hace felices a los demás, ¿qué más se puede pedir?», se pregunta.

En el hospital
Con esa filosofía, José Luis y su guitarra son célebres ya entre los pacientes de Oncología de este centro hospitalario madrileño. «Me llaman el pirata del Marañón», exclama riendo y orgulloso, «fíjate la que tengo liada aquí, que se asoman todos a la ventana para escucharme».
Para corroborar lo que acaba de decir, José Luis toma la guitarra y se arranca con una rumba. Enseguida las ventanas se pueblan de rostros sonrientes mirando hacia el patio.
«Aquí en Oncología hay cuadros muy duros», explica José Luis tras terminar su interpretación. «Yo intento dar alegría porque nunca me han gustado las tristezas, al revés, a mí me gusta la amistad, la compañía de la gente buena. Tengo cartas que me han escrito enfermos que he conocido y sus familiares, dándome las gracias por ayudarlos. ‘Te agradecemos de corazón los ratos tan bonitos que has hecho pasar a nuestra madre’, me decía una señora, esa carta me impactó. Me traen pastitas, bollos, regalos… Porque estar aquí es muy jodido y, como digo yo, es quitarse la venda de los ojos y ver la realidad. Esto no son sueños, es la realidad, y hay que vivir con ella».
En esa realidad conoció a su amigo Antonio, por ejemplo, un paciente del hospital que a veces acompañaba a José Luis con su cajón flamenco. Antonio murió hace unos días y José Luis lo echa de menos. «Es muy duro cuando pierdes a un amigo como él. El hombre estaba ya muy malito, pero siempre se paraba en mi habitación. Me quería muchísimo y yo a él. Hemos hecho carreras con las sillas por el pasillo, nos hemos reído… Y luego los pierdes y dices, joder, ¿esto cómo puede ser, si hace cuatro días estaba por aquí andando? Pues es real».
Pero José Luis no se deja vencer por el desánimo. Hace unos días improvisó un concierto para pacientes y familiares en el hospital y ahora está muy ilusionado preparando otro de cara a la próxima navidad. Habrá diversas actuaciones: un mago, unas bailarinas húngaras y, por supuesto, la guitarra y las rumbas del pirata del Marañón. «Pues sí, me hace ilusión, hay que luchar por la alegría». Lo dice alguien acostumbrado a encajar golpes: «La vida da muchos palos, y además se van acumulando. Te puedo decir que esto del cáncer de pulmón no es el más gordo que me he llevado. Cada día me acuerdo de lo de mi hermano, pero también te digo que, donde esté, yo sé que él me está esperando. Tenemos pendiente grabar un disco, no nos vamos a quedar con las ganas, ¿no? Por eso yo no le dije adiós, le dije hasta luego, porque la muerte no es una despedida definitiva. Sólo Hasta luego. Recuérdalo siempre, machote».

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