Puede que los versos más lúcidos escritos en la música en castellano en las últimas décadas (con permiso de José Ignacio Lapido) se encuentren en Contigo, una de esas bolas de demolición en que se tornan a veces las canciones de Joaquín Sabina. Es en el estribillo donde el pistolero de Úbeda dispara la bala de la verdad irrefutable: «Porque el amor, cuando no muere mata. Porque amores que matan nunca mueren». Es una afirmación dramáticamente cierta, quien lo probó lo sabe. Pocas cosas hay tan duraderas como un amor imposible, condenado al fracaso de antemano. Es precisamente en su fragilidad donde reside su fuerza, y de esa forma se asemeja al león herido y temible que se rebela contra su destino inexorable. Así es ese amor tóxico, envenenado, aniquilador e indestructible. El que perdura entre los pedazos de los cristales pisoteados por el suelo. El mismo que ha inspirado dolorosas y bellas canciones aun mucho después de haber sido dado por desaparecido.
La última canción que dejó grabada Enrique Urquijo está dedicada a su primer amor, una chica con quien mantuvo una relación fallida cuyas secuelas hicieron que el músico escribiera a lo largo de los años posteriores a la ruptura algunas de sus canciones más tristes. Hoy la vi se llama ese tema publicado de forma póstuma en el disco de homenaje A tu lado, en el que participó un amplio elenco de artistas grabando versiones de canciones del inolvidable líder de Los Secretos y de Los Problemas. La historia sobre esa canción la sacó a la luz el periodista Miguel Ángel Bargueño en Adiós tristeza, la biografía de Enrique Urquijo publicada en 2005, seis años después del fallecimiento del músico. Bargueño cuenta que una noche Enrique se encontró con Eloísa, su antigua novia, en el Honky Tonk, uno de los bares que más le gustaba frecuentar. Fue un encuentro fortuito y amistoso, después de años sin verse, en el que se contaron cómo les iba la vida. Al despedirse quedaron en llamarse más tranquilamente otro día, pero la prematura muerte del artista, apenas un mes después, impidió el reencuentro. Lo que Eloísa no supo hasta mucho más tarde es que aquella noche Enrique Urquijo quedó tan conmovido que escribió Hoy la vi, una confesión abierta y desnuda acerca de sus sentimientos: «Hoy la vi, y aunque no lo siento luego no pude dormir. Yo creía que sabía y nunca aprendí, que si ahora estoy así es porque hoy la vi».
Resulta fácil imaginar a Enrique Urquijo refugiado en el sótano de la casa de sus padres, donde en los últimos tiempos se juntaba con su hermano mayor, Javier, para grabar maquetas. Un pequeño sótano convertido en estudio con una ventana de ojo de buey que daba a la calle Rodríguez San Pedro, al que se accedía a través de unas escaleras que descendían desde la cocina y donde nacieron algunas de las canciones que aún perviven como clásicos en el repertorio de Los Secretos. Canciones manuscritas en cuadernos llenos de dibujos, garabatos y borrones, guardados en cajas de cartón. Para cualquier seguidor del añorado músico madrileño, ese sótano empapelado con portadas de cómics –una de las pasiones de Enrique– podía ser tan fascinante como la cueva de los piratas, y aquellas cajas de cartón más valiosas que el cofre del tesoro. Al menos así lo recuerdo.
Enrique dejó grabadas en la casa familiar de Argüelles algunas canciones que pensaba editar próximamente. La única completamente de su autoría y con calidad suficiente para ser publicada era Hoy la vi. Su hermano Álvaro recuperó años más tarde la pista de voz de aquella grabación para incluirla en el disco A tu lado, acompañándola de música de Los Secretos. Así es como llegó hasta el público esta breve oda a la melancolía. La que siempre acompañó al músico, como un fantasma. La que sigue estremeciendo por mucho tiempo que pase. La que brota de la herida mal curada, de la cicatriz permanentemente fresca. La que añora lo que pudo ser y no sucedió. Lo que queda de esos amores que matan y nunca mueren a los que se refirió Sabina. La melancolía, una fuente universal e inagotable de canciones, para qué engañarse.
Hoy la vi, confesó, indefenso, Enrique Urquijo tras encontrarse con la que fue su chica. Tantos años después, la explicación a este texto que ya concluye toma la forma de otra confesión envuelta asimismo en música. La canta Iván Ferreiro en su último disco, Casa, una morada donde, por cierto, también habita la melancolía: «Estúpida canción, hoy la he vuelto a escuchar de nuevo».
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Sencilla y a la vez preciosa canción… Y pensar en las que no podemos disfrutar por su pronta marcha… Por suerte nos quedan un puñado de joyas para siempre… Gracias Chema