La mochufa va de concierto

En cada ciudad que actúa Morgan, el concierto se convierte en la noticia musical del día, la reflejen o no los medios locales. Es tal la suma de virtudes que reúne esta banda que la evidencia no permite otra cosa que rendirse a su talento y a sus numerosos encantos. Hace un tiempo definimos aquí el fenómeno Morgan como quizás algo histórico, y ese mismo tiempo (que pasa para todos mientras esperamos que también nos cure) nos sigue dando la razón. El sábado pasado la banda desplegó su poderío en Madrid en el Circo Price dentro del ciclo Inverfest. Este domingo volverá a hacerlo, con las entradas agotadas desde hace semanas. Estuvimos en el bolo de la otra noche para comprobar una vez más que Morgan es de lo mejor que le ha pasado a la música en este país, pero este texto no será una crónica del concierto, tampoco un alegato a favor de este grupo maravilloso. Vayan a verlo y decidan por sí mismos. Estas pocas líneas están provocadas por una persona con el rostro de muchas otras que solemos encontrarnos en los conciertos y que, la verdad, preferiríamos no hacerlo.

Chema Doménech

La noche del sábado consagrada a la música de Morgan tuvo una única nota negativa para quien escribe, materializada en la persona que ocupó el asiento contiguo. O, para ser completamente preciso, que no lo ocupó en absoluto, puesto que no llegó a sentarse en ningún momento y ya antes de comenzar el bolo abrió el catálogo de movimientos espasmódicos que sería capaz de desarrollar a lo largo de todo el espectáculo, en el que no respetaría ni las baladas.

El historiador de éxito Yuval Noah Harari lo catalogaría como un ejemplar sapiens de género femenino, de edad indefinida y aspecto indefinible. Saltaba la banda al escenario cuando ella ya vociferaba con voz estridente ¡Chuuuucheeeees!, tratando de llamar la atención del rubicundo teclista de Morgan, siempre sonriente. A continuación llegó la música y, claro, el delirio para nuestro personaje. Palmadas arrítmicas, movimientos desacompasados, torpes, molestos en definitiva para quienes estábamos cerca y veíamos cómo en su baile frenético iba ocupando nuestro espacio y corríamos el riesgo de recibir un codazo de esa alma de cántaro poseída por la música. Al poco caímos en la cuenta de que sus ridículos pasos de baile rematados con muecas y gestos igualmente penosos eran idénticos a los que hace años mostraba a diario en televisión aquel personaje indescriptible llamado Leonardo Dantés. Incluso físicamente la ínclita era una copia del cantante casposo que inventó el baile del pañuelo y daba nombres mil al miembro viril.

Esta especie de Dantés travestido había acudido al concierto con tres acompañantes de frikismo similar en el fondo y en la forma. Parloteaban y se reían independientemente de lo que ocurriera en el escenario. Y, cíclicamente, proferían alaridos: ¡Niiiinaaaaaa! ¡Paaaacooooo! ¡Chuuuuuucheeeeeees! (el bueno de David Schulthess fue el más aclamado, definitivamente).

Hemos presenciado muchas veces actitudes similares por parte de personas que no saben comportarse en un concierto y que tampoco se plantean la posibilidad de estar molestando a los demás. La diferencia es que ahora al fin tenemos una palabra para definir a esta gente. La ha inventado el escritor Santiago Lorenzo y, aunque la mostró fugazmente por primera vez en su novela ‘Las ganas’, es en su obra más reciente y aclamada, la hilarante, original y magnífica ‘Los asquerosos’, donde consagra y hace inmortal este término: Mochufa.

Mochufa es la mayor contribución al léxico castellano en años. Una vez que la has incorporado al vocabulario, no dejas de usarla.

Mochufa es la mayor contribución al léxico castellano en años. Una vez que la has incorporado al vocabulario, no dejas de usarla. Porque la mochufa está en todas partes. En la calle, en el trabajo, en tuiter, incluso a veces hasta en el espejo puedes tristemente observar ciertos tics mochuferos. También en la música, por supuesto. Los que van a festivales únicamente para subir fotos a Instagram; los que se quejan de que no hay conciertos en sus ciudades pero jamás han pisado un garito de música en directo; los que se dirigen en redes sociales a sus artistas favoritos de tú a tú, como si los conocieran del barrio, y se indignan porque no son respondidos; los que continuamente recuerdan a músicos que han empezado una nueva etapa que antes, hace mil años y cuando ellos eran jóvenes, les molaba más lo que hacían; los que van de malotes solo en la pose; los que creen que los coaches de La Voz se emocionan de verdad…

Hay más ejemplos de mochufas que personas, que diría el filósofo. También al otro lado del negocio musical, claro. Salir al escenario de un garito de 50 personas y decir ‘buenas noches, Madrid’ es, reconozcámoslo, un poco mochufa. Llenar las redes de carteles subrayados con ‘Sold Out’ para el bolo de Villatiesto también lo es. No tener jamás interacción con tus seguidores excepto cuando tienes que pedir el voto para GirandoporSalas es mochufa, sin duda…

Que no se enfade nadie porque, según el significado que el inventor del término da a Mochufa, ninguno estamos exentos de comportarnos como tales en esta sociedad en la que vivimos, tan políticamente correcta, tan paternalista, exhibicionista y naíf, tan de papel de fumar. Es mucho peor formar parte de la siguiente categoría, la de los asquerosos, adjetivo que da título al libro de Santiago Lorenzo (escritor del catálogo de Blackie Books, que nadie se despiste). A los mochufas se les puede perdonar que lo sean con algo de comprensión y un toque de indulgencia. Pero los asquerosos de verdad, esos que te pasan a 180 por la derecha en el Cayenne o en la furgo de reparto mientras miran el móvil y te increpan si les pitas; los que apalean a un pobre perro herido; los que siembran la demagogia y el odio; los que abusan de los más débiles, los que se creen mejores… Esos no tienen perdón.

Por ese motivo, el concierto de la otra noche lo vivimos solo con un nivel limitado de molestia, lo que no impidió que lo disfrutáramos como se merecía. No habría sido así si, en vez de mochufas, hubiéramos encontrado a auténticos asquerosos.

Aunque prefiero creer que éstos jamás irían a un espectáculo tan exquisito como el que ofrece Morgan cada vez que se sube al escenario.

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6 comentarios sobre “La mochufa va de concierto

  1. Chema, desgraciadamente cada vez hay más gente de ese tipo en todos lados. En los conciertos, en los partidos de fútbol de los niños (aunque estos están más cerca de la segunda categoría)…. Tan desagradable es el entusiasmo mal entendido y desmedido por un artista, como el desprecio más absoluto por el que está encima del escenario que demuestran algunos cuando van a un concierto, sin parar de hablar en todo momento de como les ha ido el día o cosas similares, y que se creen que con estar allí ya han cumplido y podrán contar al día siguiente o en el mismo momento en sus RRSS que han visto a tal o cual artista.
    Los que desgraciadamente ya sea por falta de tiempo unas veces o por temas €€€ otras, no podemos asistir a todos los conciertos que nos gustaría, ni te imaginas lo mal que lo pasamos cuando coincidimos con personajes de la primera, segunda o una mezcla de ambas categorías en un concierto que llevamos tiempo deseando disfrutar.
    Gracias, como siempre por tus artículos… Salud…

  2. No sé cómo queda la palabra «mochufa» en novelas. En tu artículo queda fenomenal. Mil gracias. Un abrazo. SL

  3. Pues tú lo habrás pasado regular en el concierto con las vecinas, pero yo me he partido el culo con la crónica. Grande!

  4. Buenos días. Me parece un buen artículo y una gran aportación la palabra «mochufa». Lo único que me gustaría destacar es que se hace referencia un tanto despectiva a Leonardo Dantes, que quizá sea conocido por sus canciones más intrascendentes. Pero ¿qué pasaría con The Beatles si solo escucháramos «O bla di-o bla da» o «Yellow submarine».

    Hablaremos de la faceta del Sr. Dantes como letrista. Lou Reed, ya en su etapa de la Velvet Underground, incorporaba temas a sus letras que nunca antes se habían tratado en el mundo del rock. El nobelado Dylan revolucionó la manera de componer letras, tanto en su contenido como en el aspecto formal. Pero nadie, es decir, nadie ha tratado en sus letras la esencia del ser humano con su grandeza y contradicciones, pasando de ser referencias acerca del ser humano a auténticos tratados filosóficos. Desde aquí os animo a escuchar «El baile de Shopenhauer» de Leonardo Dantés, que estoy seguro que os dará una nueva percepción en cuanto a las letras en el mundo del rock y del pop

  5. Muy buen artículo! desgraciadamente los que vamos mucho a conciertos tenemos que lidiar cada vez más con estos seres. Hace poco me tocó un grupo haciendo corrillo, hablando a grito pelao todo el concierto porque claro, estaban en tercera fila. No será mejor hablar al fondo o en otro sitio…y no quiero sacar el tema de los móviles porque ya voy a parecer un viejo gruñon…
    saludos!

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