
Un amigo sostiene la teoría de que hasta los 40 años, más o menos la mitad lógica de la existencia, uno aprende a vivir y, pasada esa edad, hay que prepararse para morir. Su actitud no es triste ni ceniza, más bien es la de un optimista que tiene la certeza de que el tiempo es limitado y sabe aprovecharlo y disfrutar de lo que posee. “Así, cuando la muerte venga a buscarme seré yo quien le salga al encuentro, la estaré esperando y me iré tranquilo, con los deberes hechos”, dice mi amigo.
Efectivamente, es sólo una teoría, y la vida, siempre imprevisible, puede encargarse de desbaratarla en un instante. Como canta Fito Cabrales en Cerca de las vías, un día “tuerces una esquina y te tuerces tú también”. Pero me gusta ese planteamiento de aprender a vivir y a morir, a disfrutar de las cosas buenas que te rodean para que, llegado el momento de perderlas, no tengas que lamentar no haber sabido valorarlas.
La vida, inevitablemente, te hará ganar y perder, y tal vez tengas que hacer esto segundo para saborear mejor lo primero. Es lo que sugiere Jeff Tweedy en War on war, tema incluido en uno de los trabajos más celebrados de Wilco, Yankee Hotel Foxtrop. Morir para aprender a vivir, perder para aprender a ganar.
Quizás escribo esto porque en los últimos meses la vida se empeña en recordarme que esas esquinas traicioneras a las que se refiere Fito están ahí, esperando que las doble, y que todavía están por llegar las heridas que me dejarán las cicatrices más profundas. O quizás porque he vuelto a escuchar El Corazón, un álbum esencial de Steve Earle que tiene mucho que ver con todo ello.
El contestario rockero nacido en una base militar de Hampton, Virginia, lo publicó en 1997. Tenía entonces 42 años y todo un camino a sus espaldas plagado de vicisitudes. Había superado la adicción a la heroína que arrastraba desde joven, se había casado y divorciado varias veces, tenía dos hijos, se había metido en líos diversos a causa de su activismo político e incluso había estado encarcelado por un asunto de drogas y armas de fuego.
Earle, renovado tras su paso por chirona, quiso hacer un disco dedicado a lo esencial de la vida, y lo tituló gráficamente y en castellano con el nombre de El Corazón, el órgano que simboliza el lugar donde residen las emociones. El propio músico lo deja escrito en la declaración de principios que acompaña el libreto del disco:
«Los griegos tenían razón. Es el corazón lo que importa. No intentes decirme que todo está en mi cabeza porque pensar demasiado me da jaqueca, y yo sé dónde me duele cuando las promesas se rompen y los sueños mueren».
El Corazón es una brillante colección de 12 canciones que orbitan en torno a los sonidos tradicionales de la música norteamericana. A pesar de lo enérgico de algunos temas, en todos ellos late de fondo un atisbo de tristeza, de resignación ante las cosas inevitables de la vida. Es un disco sin artificios y directo al corazón, como su título indica.
Y entre todas sus maravillosas canciones hay una de esas capaces de volar la cabeza de cualquiera a la primera. Quienes lo conozcan tal vez adivinen que se trata de Here I Am, un himno que, desde ese inicio in crescendo marcado por la potencia de la batería y el bajo y una guitarra distorsionada, hace que en menos de tres minutos el corazón reciba una sobredosis de sentimiento acelerado. Es una canción impresionante con una melodía que sigue la progresión armónica del Canon en Re mayor de Pachelbel, reutilizada en multitud de composiciones modernas.
La escucho y a través de esa voz de Steve Earle que me roza la fibra imagino una escena. En ella, un anciano, quizás un viejo soldado, se sienta en el porche al caer la tarde, enciende su pipa y observa cómo el sol desaparece en el horizonte. Consciente de que también él se encuentra en el ocaso de su vida, acaricia con cuidado sus cicatrices mientras sus ojos se tornan brillantes y dejan de ver el paisaje que hay delante para enfocar imágenes que pertenecen al pasado.
Es la mirada de la lucidez. El viejo sabe que llega el momento de hacer recuento de heridas, propias y ajenas, aquellas que él infringió y las que sufrió en su cuerpo y en su espíritu. De los combates que perdió, de las veces que logró mantenerse en pie. De preguntarse si merecieron la pena el dolor y la gloria y si, de haber sabido aquello que únicamente el paso de los años le permitió conocer, hubiera actuado de otro modo. Y, aunque admite que probablemente no, que volvería a equivocarse una y otra vez porque él es sólo un hombre, tal vez anhele haber tenido una segunda oportunidad para cambiar algunas cosas.
No sé si es a partir de los 40 años, como sostiene mi amigo, pero hay un momento en la vida en que uno comienza a aprender a morir. Es cuando se plantea por vez primera cuestiones en las que nunca antes había reparado. El momento en que empieza a desmoronarse el mundo en el que habitó durante esos largos años de infancia y juventud que parecían interminables, en los que las promesas no se podían romper y los sueños no morían. Es entonces cuando uno adquiere la lucidez suficiente para asumir lo inevitable y prepararse para ello. En ese punto aún hay proyectos que levantar, ilusiones que cumplir y caminos que recorrer. Y, aunque todavía queda tiempo para realizar promesas y alimentar sueños, también hay ya muchas huellas de lo vivido, cicatrices en el cuerpo y el espíritu que permanecerán ahí hasta el último día. Nadie sale indemne de esta vida, y es bueno tenerlo presente. Porque eso permite vivir más intensamente, abrazar más fuerte a los que amas, reparar en lo esencial.
A los 42 años, Steve Earle dejó grabado todo eso en un disco maravilloso, de los que conviene tener al alcance para no olvidar que todo lo importante de esta vida, el camino que hay que recorrer, pasa necesariamente por el corazón. Porque con sus notas más o menos afinadas y sus versos certeros o equivocados, ahí es donde cada uno deja escrita su más íntima canción.
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Qué bonito!! Buena filosofía de vida. «»»»Así, cuando la muerte venga a buscarme seré yo quien le salga al encuentro «»»
En estos días inciertos en que vivir es un arte…. Quisiera poder cantar (…). Te suena , Chemita? Compartido queda tu post en mi feis & twitter. 😉 gran finde