Ángel Stanich estaba a punto de salir a tocar y la resaca aún no había dejado de picotearnos el cráneo. Sentados en la terraza de las Piscinas y con una botella de Huno recién descorchada sobre la mesa, pretendíamos recuperar en la noche la claridad que habíamos perdido en un día diluido entre la duermevela y la náusea. Visto con distancia, quizás no había manera mejor de encarar un directo de Stanich por primera vez: con el cuerpo abrasado de la madrugada anterior, ricino y cinzano, y con el alma pletórica, aun presintiendo que al amanecer escucharíamos los truenos. Porque la paradoja no se despega de este tipo misterioso del que nadie parece saber mucho aunque sus canciones, turbadoras y luminosas, lo revelen todo. Así, felices y a un paso de la derrota, es como vimos a Ángel Stanich saltar al escenario del festival de Villacarriedo y comenzar a patearlo como si un enjambre de avispas le hubiese anidado dentro de sus botas.
«Ángel no concede entrevistas, pero te enviamos material», contestan en Sony Music, tan amables como siempre, cuando el periodista se interesa por el músico, y aquí hay otra paradoja del outsider al que una multi le preserva la intimidad y la independencia. Entre ese material que ofrecen en Sony se incluye una ‘antibiografía’ con algunos datos esenciales: santanderino de veintipico años parapetado en Lavapiés (Madrid) desde hace tiempo, después de haber pasado su etapa de estudiante en Valladolid. De esa época datan los escasos testimonios en primera persona que sobre Stanich aún sobreviven en la red, incluido un blog personal en el que narraba sus primeros pasos en la música. Después quizás se cansó de hablar, como Metralleta Joe, y comenzó a disparar. Oculto en el anonimato de una pelambrera y barba hirsutas que lo señalan de manera inconfundible, sacó un disco inquietante y grandioso, Camino Ácido, hace justo un año, y se metió en una rueda imparable de conciertos que durante meses han ido alimentando el mito de un artista cercano e inaccesible, impávido y vulnerable. Alguien enfundado en unos vaqueros pitillo que se cuelga su guitarra y que canta de forma inclasificable, es decir, como le da la gana. Con la arrogancia del «tipo en quien confía el carnicero cuando quiere el género fresco» que tres surcos antes se ha retratado como un perdedor escéptico y sarcástico, «siempre tan triste, a la par que elegante». En sus letras hay delirio y verdad, viaje y bajón, advertencia y balazo. «Los músicos no estamos para filosofar, sino para hacer música», dice en una de las pocas declaraciones coherentes de la única y surrealista entrevista sonora a la que se puede acceder en Radio 3. «Ángel, dinos unas palabras para la posteridad», le pide el entrevistador zanjando la charla. «Soy Ángel Stanich y veo lucecicas», contesta él.
Así, quien quiera saber de qué color son las luces que ve Stanich puede probar a inyectarse sus canciones. Tal vez después de hacerlo no haya averiguado nada sobre el músico pero mucho sobre sí mismo. Con algo de atención, encontrará verdades como puñetazos adheridas a los versos oscuros de este lector de Bukowski –«tienes suerte de no oler el peligro, porque apesta», concluye en Chinaski– y tendrá la certeza de que hay canciones que pueden sostenerse con sólo tres acordes y prescindir de estribillo si comienzan con las palabras adecuadas: «Dime qué puedo hacer para no echarte de menos. Dime qué puedo ser, carretera o trueno», canta en Miss Trueno’89 que, junto a la hipnótica El outsider, es una de sus pocas aunque brutales concesiones a la derrota. No una derrota al uso, que habla de lágrimas y fotos antiguas, sino la de quien se adentra en la carretera solo y con un rifle en la guantera.
«Camino ácido mezclaste en un enlace peptídico
ricino y cinzano, entraste en un estado divino.
Aún no has despertado, pero sigues marcando tú el ritmo
por discos y antros, mañana no sabrás si es domingo».
Son los versos con los que se inicia este disco de título más que acertado, porque efectivamente supone un trayecto entre el sueño y la vigilia, entre lo onírico y lo tangible. Un viaje alucinante y salvaje que llevará a quien escucha por cruces de caminos que le recordarán a aquel en el que Robert Johnson pactó con el diablo («Estuve en el cruce, estuve con él»), y por praderas desérticas donde los chamanes besan los labios al peligro en noches de coyotes y bandidos ciegos de peyote. Una travesía con sabor a a cine de serie B y a wéstern, no en vano el productor del disco y valedor de Stanich es Javier Vielba, líder de Arizona Baby y Corizonas. Un recorrido que terminará con dos bonus track dispares como son la explosiva Mezcalito y El Río, que según reza acertadamente la nota de promo es una «prodigiosa stanichación» del tema que hizo mítico Miguel Ríos.
Se han buscado comparaciones y calificativos (siempre los mismos, eso sí) para tratar de definir a un artista difícil de etiquetar y al que al parecer le gustan las mezclas, y no nos referimos a sustancias, que no nos consta. Tal vez la definición que más se le acerca sea la que él mismo da en su biografía de Twitter: Lysergic Songwriter. De cualquier forma, puede que sea el músico más original que ha aparecido últimamente en el hastiado panorama del rock nacional, y alguien a quien se presupone mucho futuro, por juventud y calidad. Encastillado en su decisión de no hablar con los medios, hace un par de semanas petó Joy Eslava y para la ocasión se sacó de la cartuchera Cuatro truenos cayeron, un EP en vinilo de 10» con dos temas inéditos (Carbura y Mojo) y otros dos de su disco debut (El outsider y Miss Trueno’89). Ahora, para celebrar todo lo que ha pasado durante el último año, acaba de lanzar una edición limitada en vinilo de ese Camino Ácido con el que Stanich ha salido de su escondrijo. Un disco tremendamente adictivo al que ningún conjuro chamánico podría hacer sonar mejor. Hay que estar muy lúcido para escribir como si el peyote te nublase los sesos, y hay que ser muy coherente para instalarse con éxito en la paradoja. No importa que Stanich no se deje entrevistar: después de escuchar su disco del tirón no necesitarás saber más.
*NOTA: En el texto anterior se ha evitado expresamente comparar a Ángel Stanich con otros músicos sobradamente conocidos así como la utilización de la palabra ‘ermitaño’.
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Magnífico artículo! Plas,plas,plas.
Por mi parte reconozco que musicalmente soy muy tosco :-D, anclado en un pasado tan nostálgico como paralizante, y por ello hacía muchos años que nadie me movía las entrañas como lo ha hecho Stanich… y tengo casi 56 tacos!.
En Ayerbe, donde lo vi en directo por primera vez, corroboré lo que esperaba de él. Llevaba unas semanas escuchando compulsivamente sus canciones y disfruté (disfrutamos, mi pareja y yo) como un coyote que por fin atrapa al correcaminos.
Bienvenido sea este genio…