Cuenta mi amigo Fernando que la noche del 6 de marzo de 1982 le cambió la vida. Él era entonces un joven universitario y aquella tarde salió del colegio mayor en el que residía para ver a Miguel Ríos presentar su Rock&Ríos en el Pabellón del Real Madrid. Quedó anonadado al comprobar cómo el músico granadino se lo jugaba todo ante un público que había crecido durante los últimos años de la dictadura y que estaba deseoso de vivir intensamente y hasta sus últimas consecuencias la experiencia del rock’n’roll. El poderío de la banda, los equipos punteros de sonido e iluminación alquilados en Europa a precio de oro y, sobre todo, la entrega absoluta de Miguel Ríos enfundado en aquellas icónicas mallas a rayas, legendarias como el riff de guitarra de Bienvenidos, causaron en Fernando y en muchos otros jóvenes de su generación -«a los hijos del rock’n’roll», dedicaba ese tema Ríos- un impacto imborrable.
Texto: Chema Doménech Fotos: JS Matilla
Lo que mi amigo no sabía aquella noche es que el concierto a punto estuvo de no poder ser grabado y, en consecuencia, tampoco editado en forma del doble LP en directo que pasa por ser el mejor trabajo en la larga trayectoria de Miguel Ríos. Es algo que ahora desvela el propio rockero en sus memorias, que acaba de publicar en la editorial Planeta con el nombre de Cosas que siempre quise contarte. Aquella gira («no diga rock&roll, diga Rock&Ríos») se había concebido como celebración de los 20 años en la carretera del músico y, por ello, se pretendía grabar un disco en directo que registrara para la posteridad tamaño evento. Miguel Ríos escribió junto al bajista Tato Gómez el tema Bienvenidos para abrir cada concierto de la gira, y se fijaron los días 5 y 6 de marzo de 1982 como el arranque de la misma, en el antiguo Pabellón de Deportes del Real Madrid. La grabación del doble LP se haría durante esos conciertos para tener al menos un par de tomas de cada tema y poder elegir entre ellas. Obsesionado con presentarse ante el público en las mejores condiciones posibles, Ríos alquiló un carísimo equipo fuera de España, incluida la moderna unidad móvil que se utilizaría para grabar el disco. Un estudio rodante que en la tarde del 5 de marzo, a punto de comenzar el primero de los dos conciertos, estaba retenido en la aduana de Irún, a cientos de kilómetros de Madrid. A la presión de estrenar una gira de aquella magnitud se unía el nerviosismo por este enorme contratiempo, pero Miguel Ríos no se amilanó. El camión llegó finalmente al día siguiente, con el tiempo justo de poder grabar en una única toma aquel histórico concierto que cambió la vida de Fernando y de muchos otros «hijos del rock’n’roll» que aquella noche vislumbraron por vez primera la idea de que la música podía ser un instrumento para transformar el mundo.
El episodio revela algunos de los aspectos que han marcado la carrera del veterano rockero. En primer lugar su inquietud artística, sus ganas de innovar, un espítitu pionero que lo llevaría años más tarde a idear por ejemplo la gira Rock en el ruedo, diseñada para actuar en plazas de toros, en el centro de la arena sobre un escenario circular, con el público rodeándolo, algo que nadie había hecho nunca en España. «Esa gira significó mi pico artístico, mi plenitud y, sin embargo, a nivel económico también fue mi fracaso más sonado. No fue todo lo bien que quisimos y perdí muchísimo dinero», recuerda ahora el rockero. También denota su pretensión de ofrecer al público la mejor versión de sí mismo, una constante en la carrera de Miguel Ríos y que, según él, es la principal de las razones que le llevaron hace dos años a tomar la decisión de retirarse de los escenarios. «No quería convertirme en mi caricatura, de hecho creo que en los últimos conciertos ya había empezado a ver esa caricatura y preferí irme. Yo he trabajado para que la gente me vea muy bien siempre y con eso no quería jugar», decía hace unos días durante la presentación de su libro de memorias.
Un libro en el que Miguel Ríos ha intentado mirar atrás serenamente, con la dosis justa de melancolía –«para mí la nostalgia no tiene ningún valor, considero que es una pérdida de tiempo»– y sin rehuir ningún tema. Por ello habla de su experiencia encerrado durante un mes en la prisión de Carabanchel por consumir porros y del peso de la culpa al derrumbarse ante sus carceleros o de su relación con las drogas, en la que la primera premisa era que «no me jodieran la garganta. Por eso no he sido un gran cocainómano, por ejemplo». Entre las cientos de anécdotas con que jalona el libro, que por ello se convierte en un relato de fácil lectura, subyace también la actitud combativa de un músico que se ha declarado republicano y de izquierdas y que, sin embargo, ha recibido premios de manos del rey y del Gobierno que presidió José Mª Aznar.
Quizás porque el talento no entiende de ideologías y Miguel Ríos lo ha tenido de sobra para llegar a ser lo que es hoy, no un «héroe de la tercera edad», definición con la que él bromea, sino una figura esencial en la historia del rock español reciente y un músico respetado y querido por casi todo el mundo. Con motivo de una de sus últimas apariciones encima de un escenario, hace apenas un año en el concierto que Los Madison ofrecieron en los Teatros del Canal en Madrid acompañados por artistas como M-Clan, Álvaro Urquijo o Mikel Erentxun, el camerino que ocupaba el rockero granadino se convirtió en una especie de camarote de los hermanos Marx por el que todos pasaban con respeto reverencial mientras Miguel Ríos repartía abrazos y risas y se dejaba fotografiar en compañía de unos y de otros.
El productor José Nortes, que ha sido su director musical en los últimos años en activo del rockero («cada vez que salía Nortes a tocar conmigo detrás, al frente de una banda que eso era una maquina de demolición emocional continua, yo rejuvenecía 30 años», afirma Ríos) cuenta entre risas una anécdota ocurrida en su estudio de grabación situado en un chalet de una urbanización a las afueras de Madrid. Un día los vecinos se asomaron a las ventanas para averiguar quién era el responsable de esos canturreos que en forma de voz de trueno llegaban hasta su hogar. Atónitos, contemplaron a Miguel Ríos en el cuarto de baño de la casa de al lado, calentando la voz justo antes de entrar al estudio a grabar. Nortes salió a disculparse con los vecinos y, cuando preguntó si les molestaba, ellos se apresuraron a contestar negativamente. «¿Cómo nos va a molestar? Si es Miguel Ríos, una leyenda. Estamos encantados».
Quien desee acercarse de forma más íntima a la leyenda de Miguel Ríos tiene ahora la oportunidad de hacerlo a través de estas memorias escritas, según el músico, «sin ningún ánimo de ajuste de cuentas sino como una necesidad de contarme a mí mismo mi propia vida». Una existencia que comenzó en Granada el 7 de junio de 1945 en el seno de una familia modesta y que ha transcurrido en su mayor parte en la carretera, subiendo cada noche a un escenario distinto en una ciudad diferente pero con la misma pretensión: la de ofrecer la mejor versión de sí mismo a los hijos del rock’n’roll.
Este es el tema que, junto a José Nortes, ha escrito Miguel Ríos con motivo del lanzamiento de su biografia:
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Otra de tus maravillosa creaciones, y esta vez con referencia personal incluida… Eres muy grande y no hay palabras para agradecer todo lo que estás haciendo por nuestra música.
Increíble, Chema. Te queremos.