A veces es suficiente escuchar por primera vez una canción para reconocerse inmediatamente en ella. En esos momentos efímeros y felices, en los que repentinamente los sentimientos emergen a flor de piel, reside la magia de la música para aquellos que la aman y la consideran la manifestación artística que de forma más eficaz pulsa los resortes de la emoción y la imaginación. Hace pocos días me ocurrió de nuevo. Iba distraído en los runrunes cotidianos, conduciendo y escuchando Diciembre, el disco debut de Leiva en solitario, cuando comenzó a sonar el último corte, Sudando la tristeza. Tres minutos después los runrunes ya no estaban y en su lugar quedaban un fugaz brillo en los ojos, una media sonrisa en la cara y un leve estremecimiento en la piel.
Esperaba con especial interés esa canción porque ya conocía la mayoría de las 12 precedentes y porque Leiva la canta al alimón con Quique González, que es quien firma la letra. Es uno de esos temas que prometen desde el primer momento, con un inicio semidesnudo en el que sólo suena la voz de Leiva arropada con la guitarra acústica. Enseguida se incorpora en segundo plano el acordeón de César Pop, que arrastra la melodía dulcemente hasta la entrada rítmica de bajo y batería. Y entonces comienza a cantar Quique.
Hay artistas con el don de convertir en magia todo lo que tocan. Le pasaba a Antonio Vega, cuyas versiones casi siempre mejoran la original (esta es una opinión subjetiva y discutible, como todas, claro) y le ocurre a Quique González, que dota a las canciones que pasan por su filtro de una emoción especial marca de la casa. Hay variados ejemplos en sus discos (La vida te lleva por caminos raros, Algo me aleja de ti…) o en su última gira acústica, Desbandados.
Sudando la tristeza es una bonita canción country rock que transporta al oyente a esos territorios norteamericanos tan queridos por los dos músicos que la han concebido (música de Leiva y letra de Quique). Enormes llanuras, carreteras polvorientas, «el viejo look de cuero y camperas…». Su aire melancólico se realza con el delicado fondo de acordeón, los fraseos intermitentes de la guitarra eléctrica, que apuntala el momento en que la letra hace referencia a los blues de Brownie Mcghee, y el estupendo solo de trompeta, a cargo de Pachequín.
Parece que inicialmente la canción se iba a incluir en el disco que Leiva preparaba con Johnny Cifuentes, de los Burning, pero tras malograrse aquel proyecto cuando ya estaba terminado ahora es el broche perfecto para un álbum que reúne un puñado de buenas canciones en las que el músico madrileño -esta vez sin Rubén pero con el resto de la banda que lo acompañaba en Pereza- vuelve a ahondar en ese sonido americano que ya se vislumbraba en el último trabajo del dúo de la Alameda de Osuna, Aviones. Según él mismo comenta, ha querido rendir tributo a músicos como Dylan, Tom Petty o bandas como los Traveling Wilburys (del que ambos formaron parte junto a George Harrison, Roy Orbison y Jeff Lynne), y a ese ‘muro de sonido’ concebido en los 60 por Phil Spector. También a reinas del country como Emmylou Harris o Lucinda Williams, en cuyo caso ha levantado cierta polvareda en algunos foros el parecido razonable que Lake Charles, incluida en uno de sus discos más carismáticos, Car Wheels on a Gravel Road, tiene con el single Nunca nadie, tema que abre el plástico de Leiva.
Al margen de ello y a pesar de contener temas realmente buenos como Eme, 92, Aunque sea un rato o Las cuentas, tras varias vueltas al disco destaco este Sudando la tristeza, cuyo solo título ya provoca que mi ejército emocional forme en el patio dispuesto a avanzar al mínimo aviso. Y, evidentemente, esa señal acaba llegando.
Me parece más que recomendable el disco de Leiva. Quizás su actitud, su estética, siendo perfectamente lícitas, le han hecho un flaco favor a este músico stoniano dispuesto a dejarse matar por Keith Richards, al igual que la etiqueta de ‘comercial’ colgada en sus canciones, el éxito de público masivo con Pereza o la presencia de fans adolescentes en sus conciertos. Hay quien sigue identificando estas circunstancias con música de escasa calidad, sin distinciones de ninguna clase. Pero humildemente creo que Leiva es un músico de enorme talento, un hábil e imaginativo instrumentista con un bagaje muy amplio en lo que se refiere a cultura musical. Algunos de los que han trabajado cerca de él lo califican como un auténtico crack. Tal vez tenga que pasar tiempo para que todo esto le sea reconocido.
De momento, libre de prejuicios, me acerco a Diciembre para ver si su rock luminoso me adelanta la primavera y la melancolía que destilan algunas de sus letras me reconforta en aquellos momentos en los que verdaderamente toca sudar la tristeza. Disfrutadlo.
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A mí el disco me ha sorprendido muy gratamente, y creo que la evolución de Leiva es, sin duda, a mejor. Lo de Lake Charles es más que razonable, pero bueno, hasta Bruce ha pasado por esto. 😉