Los hechos son los que son y cualquiera puede narrarlos, pero sólo está al alcance de quien los protagoniza prender la luz y mostrar las causas, las consecuencias o las emociones ligadas a ellos. En el caso de Bruce Springsteen se ha publicado material biográfico suficiente para alimentar el mito durante decenios, pero únicamente él mismo podría en un libro acercarnos en verdad a la persona, al hombre que es, al joven y al niño que fue. A sus temores, sus traumas, sus ambiciones, sus éxitos y sus caídas. Al precio pagado por todo ello. Y ese es el principal valor que posee Born to Run, el libro de memorias publicado mundialmente a finales de septiembre. A lo largo de los años, fans de todo el planeta han aguardado interminables horas de cola para ver al Boss desde las primeras filas en alguno de sus conciertos multitudinarios. Con la telecaster colgando en su espalda, él se ha acercado a miles de ellos en mitad del show para estrechar sus manos y vislumbrar fugazmente la felicidad en sus rostros. Y ni siquiera en esos momentos de plena comunión con el público el rockero de Nueva Jersey se ha mostrado de una forma tan cercana, humana y vulnerable como lo hace en las páginas de este libro que ha tardado varios años en terminar.
1975 fue el año del éxito para Bruce Springsteen, el «premio gordo», como él lo llama. Después de haber sobrevivido a la pobreza y a la soledad, de labrarse una reputación desde abajo, tocando en todo tipo de tugurios de la costa este, de haber publicado dos discos sin la repercusión esperada, el músico conseguía por fin aquello por lo que se lo había jugado todo en la vida. El épico álbum Born to Run fue la llave que le abrió las puertas al «impacto, los éxitos, la fama, el dinero, las mujeres, la popularidad y la libertad para vivir como se me antojase» según lo escribe él mismo en versales. He ahí el catálogo de sus ambiciones juveniles, por fin al alcance de sus dedos. Y, sin embargo, le costó digerir aquello. De ahí que se encerrase enfurruñado en la habitación de su hotel en Los Ángeles la tarde que su gran amigo y lugarteniente Steve Van Zandt apareció por la piscina riendo como un loco y repartiendo ejemplares de las revistas Time y Newsweek, ambas con su rostro en la portada. El vértigo de un camino que no admite vuelta atrás y cuyo destino inexorable es el estrellato.
Por la misma causa se enfureció con su mánager, Mike Appel, cuando llegaron al Hammersmith Odeon el 18 de noviembre de ese año y leyó en la marquesina del teatro la frase «Por fin Londres está preparada para Bruce Springsteen y la E Street Band». El patio de butacas estaba inundado con octavillas definiendo al músico como «La próxima gran sensación». El mismo músico que en aquel momento comenzó a destruir frenéticamente todos los carteles y flyers que fue capaz de agarrar. «No es así como funciona. Yo sé cómo funciona. Lo he hecho antes. Toca y cállate la boca (…). No has de contar nada a la gente, se lo muestras y dejas que decidan por ellos mismos», escribe en su biografía.
«TOCA Y CÁLLATE LA BOCA. NO HAS DE CONTAR NADA A LA GENTE, SE LO MUESTRAS Y DEJAS QUE DECIDAN POR ELLOS MISMOS»
Aquel concierto en el Hammersmith Odeon fue el primero que Bruce Springsteen ofreció en Europa en su vida, el primero de su primera gira fuera de EEUU. El joven rockero había pisado suelo británico impresionado por llegar al territorio de algunos de sus héroes: los Beatles, los Stones, los Kinks, Jeff Beck, Clapton, los Who… Músicos que se habían atrevido a recoger la semilla del blues y el rock and roll primigenios, procedente de Norteamérica, para reinventar el género. Ciudades como Londres, Liverpool, Manchester o Newcastle eran para Springsteen lugares míticos, y ahora él –al fin y al cabo todavía un muchacho provinciano de Freehold, N.J.– era anunciado en el corazón de esa tierra bendecida por la música como la gran esperanza del rock. Y aquí van los hechos objetivos, narrados en repetidas ocasiones: aquel concierto fue un éxito y ha pasado a ser considerado como una de las actuaciones legendarias de Springsteen junto a la E Street Band. Se puede comprobar porque fue grabado con calidad aceptable y editado en DVD tres décadas después en la reedición especial de Born to Run. En el mismo se ve a unos músicos excepcionales interpretando con maestría, entrega y pasión un repertorio de canciones excelentes. En su libro de memorias, sin embargo, Bruce Springsteen revela lo que no se puede ver en las imágenes. Que salió al escenario presa del miedo y la angustia, y que se pasó el bolo entrando y saliendo de su mente descentrada. «Lo más extraño que puedes hacer en escena es ponerte a pensar en lo que estás haciendo» afirma mientras reconoce que precisamente a eso se dedicó durante todo el concierto. Habla entonces de ese punto en el que el ‘yo escénico’, construido meticulosamente, está a punto de desmoronarse; de ese peligroso equilibrio entre dos situaciones posibles, el fracaso catastrófico y el éxito trascendente. Afortunadamente, su cuerpo y su alma sabían lo que tenían que hacer, y lo hicieron en aquel momento, como él mismo relata: «Aquellos bolos hostiles y locales ariscos, toda una década de ferias de bomberos, carnavales, autocines, inauguraciones de supermercados y tugurios donde nadie daba una mierda por ti regresaron para impulsarnos en nuestra hora más oscura. Estábamos preparados».
«Puedes contemplar todo en la película, pero no lo verás», escribe el músico en su libro, poniendo así en valor la visión única del protagonista, el relato íntimo de lo que no está a la vista. Y en ese relato radica la importancia de esta obra como fuente informativa excepcional para comprender la personalidad de Bruce Springsteen, para humanizar al mito. Aunque es cierto que el rockero cuenta únicamente lo que desea contar, faltaría más. Por ejemplo, alude a espinosas negociaciones sobre cuestiones monetarias con los miembros de la E Street Band con bastante más discreción con la que se aborda en otras obras, como en la biografía escrita por Peter Ames Carling, publicada en 2013, en la que algunos de los músicos ofrecen su propia versión.
«BRUCE HABLA DE LA PROBLEMÁTICA RELACIÓN CON SU PADRE, QUE LE HA PERSEGUIDO DURANTE TODA SU VIDA, AL IGUAL QUE UNA EDUCACIÓN RELIGIOSA EN LA QUE ANIDAN CONCEPTOS COMO EL DOGMA, EL PECADO O EL SENTIMIENTO DE CULPA»
Aun así, Bruce Springsteen escribe con un bolígrafo en una mano y el corazón en la otra la mayor parte de la historia. En ella habla de su infancia gris en un pueblo anodino de Nueva Jersey, donde era inaudito aspirar a la gloria. De su problemática relación con su padre, que le ha perseguido durante toda su vida, al igual que una férrea educación religiosa en la que anidan conceptos como el dogma, el pecado o el sentimiento de culpa de los que nunca ha logrado despojarse. «Conforme me hacía mayor fui detectando ciertas cosas en mi forma de pensar, reaccionar y comportarme. Y llegué a entender, con perplejidad y tristeza, que un católico lo es para siempre. Y dejé de engañarme», confiesa con honestidad brutal.
La misma con la que aborda cuestiones íntimas, sus contradicciones, su relación con la música y con los demás; su fracaso matrimonial con su primera esposa, Julianne Phillips, y el anclaje al mundo hallado en la familia junto a su mujer, Patti Scialfa, y sus tres hijos. Emociona cuando trata la desaparición de sus compañeros en la E Street Band Danny Federici (de quien destaca virtudes y también defectos) y Clarence Clemons, y lo que supuso para Scooter tener que despedirse de Big Man. Habla también, y esto lo han destacado los medios de todo el mundo, de la depresión que ha sufrido durante largos periodos de su vida, y de la enfermedad mental que ha acompañado como una maldición al apellido Springsteen.
Con todas las lagunas, intencionadas o no, que el libro pueda presentar, inevitables por otra parte en una trayectoria tan prolongada e intensa como la suya, la impresión es que el músico ha ajustado cuentas consigo mismo en un ejercicio de sinceridad controlada, construyendo un relato desprovisto de rencor, conciliador y comprensivo con sus errores y con los de los demás. Así lo demuestran las páginas que dedica a Mike Appel, con quien terminó enfrentado en los tribunales: «Habíamos entrado en conflicto –así es el mundo real–, pero no podía odiar a Mike. Sólo puedo quererle», sentencia tantos años después de terminada aquella guerra.
Y, por encima de los hechos, de todas las anécdotas y vivencias, aparece permanentemente la música, claro. Es ella la que narra la verdadera historia de Bruce Springsteen, del hombre y del mito. La música que le impulsó como un motor desde que, siendo un crío y tras alucinar viendo a Elvis por televisión, convenció a su madre para ir a la tienda y alquilar su primera guitarra, al no tener dinero suficiente para comprarla. La música, su música, que hoy une a miles de almas en todo el planeta por encima de diferencias generacionales, culturales o de cualquier otra índole. Gente que se reconoce en sus canciones. Ese es el poder transformador del rock and roll, la llama que Bruce Springsteen sigue prendiendo cada noche que sale al escenario junto a la legendaria E Street Band. Para eso nació. Born to Run.
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Grande el jefe!!!!
Como mi buen amigo Héctor me enseñó hace ya veinte años, «con Springsteen la honestidad no se negocia». Gracias Chema.