Bruce Springsteen, el rock como celebración

Foto: Olga Sánchez

Sinceramente, se me hace muy difícil escribir sobre Bruce Springsteen, y más después de presenciar un show como el del Bernabéu, en Madrid. No encuentro los adjetivos precisos, porque me parece que ninguno alcanza a definir la grandeza de lo que ocurre sobre el escenario, y también fuera de él. Enorme, brutal, inolvidable, increíble o sobrehumano me resultan recursos manidos, que se banalizan y pierden su significado ante la magnitud de la leyenda que después de 40 años siguen apuntalando Bruce Springsteen y la E Street Band. Pese a todo, y aunque estuve en Sevilla al inicio de la gira y me contuve, no soy capaz de asistir a un concierto como el de anoche sin escribir una línea. Prometo, eso sí, no abusar de los calificativos. Pensándolo bien, el lenguaje del sentimiento no precisa de ellos.

Madrid, 17 de junio de 2012. Foto: Brucespringsteen.net

Porque los conciertos de Bruce Springsteen trascienden lo puramente musical para convertirse en auténticas lecciones vitales en las que cualquier excusa para la alegría tiene cabida. Al fin y al cabo -parece querer decir Bruce- seguimos vivos… ¡Celebrémoslo!

Y vaya si lo hace. Él ha decidido que sus conciertos sean una fiesta de la que participen las miles de personas que desde que se pone en funcionamiento la poderosa maquinaria springstiniana no tienen más opción que rendirse a la grandeza del espectáculo. Revestido por la autoridad de un líder de masas, en su papel de auténtico jefe, Bruce es generoso y transmite felicidad en múltiples variantes. Pone su telecaster al alcance de docenas de manos ansiosas por rasguear la mítica guitarra, hace subir al escenario a una joven que en un cartel comparte su deseo de bailar con el guitarrista Nils Lofgren o regala un momento inolvidable a los padres de un niño a quien presta el micro para que destroce a su gusto la inevitable Waitin’ on a sunny day

El nivel de empatía, de entrega y de conexión que Bruce alcanza con el público es máximo e impensable en otros artistas. No puede dejar indiferente a nadie. Hay quien critica estos gestos achacándolos a un supuesto «emblandecimiento» del rockero, recordando que está a punto de cumplir 63 años, pero a mí me parece genial que reparta su alegría de esa manera. Es más, prefiero a cien mocosos cantando el Waitin’ ante la sonrisa franca del boss que a mitos de la música malhumorados tocando de mala gana sin ni siquiera saludar a quien los escucha.

Más allá del imponente aspecto musical, que sin duda es la esencia y la clave del poderío de sus conciertos, el de Nueva Jersey convierte el rock en lo que debe ser: una celebración festiva y compartida y, al mismo tiempo, sensible hacia el sufrimiento de quienes lo pasan mal. «Queremos dedicar esta canción a Nacho y a su familia. Está en nuestras plegarias», dijo Bruce anoche en perfecto castellano antes de comenzar a tocar The river, satisfaciendo de esa manera los deseos del entorno de este joven que iba a asistir al concierto del Bernabéu pero que días antes perdió definitivamente la guerra contra el tumor cerebral que padecía. Gestos así honran a un músico que podría estar de vuelta de todo, pero que se sigue dejando la piel por agradar y ofrecer  sus seguidores el mejor espectáculo del que es capaz. Eso es lo que lo hace inmenso a él y muy pequeñitos a otros.

El Bernabéu iluminado.

El de Madrid fue el concierto que cerraba los seis que Springsteen y la E Street Band han ofrecido en España en esta gira de Wrecking Ball que comenzó el 13 de mayo en Sevilla y en la que, lejos de dar una imagen de cansancio por el peso en las espaldas de casi cuatro décadas de rock y por el dolor de heridas que nunca cerrarán (precisamente se cumple hoy un año de la muerte de un icono de la banda, el legendario saxofonista Clarence Clemons), cualquiera diría que han rejuvenecido a juzgar por la vitalidad que derrochan y el sonido compacto, poderoso y brillante que inunda los estadios por los que pasan. Están como crecidos. Quizás tenga que ver la sección de vientos incorporada a la banda donde la responsabilidad del saxofón la asume perfectamente Jake Clemons, sobrino de Clarence.

Decididamente, la legendaria E Street Band con el boss al frente se encuentra en plena forma y sigue siendo la apisonadora de rock que nunca dejó de ser. Anoche lo demostró con un concierto impresionante de casi cuatro horas de duración en las que los musicos no se bajaron del escenario. Parecía que no iba a terminarse nunca, y así lo hubiéramos querido los 60.000 privilegiados que estábamos allí. Hoy se debatía en las redes sociales si se trataba o no del show más largo de toda su historia. Casi cuatro horas de música ininterrumpida en las que el de Nueva Jersey desplegó artillería pesada para configurar un set list que comenzó enérgico con Badlands seguido de No Surrender y tuvo momentos mágicos: My city of ruins («si vosotros estáis aquí y nosotros estamos aquí, entonces ellos están aquí también»), Spirit in the nightMurder Incorporated, Spanish eyes, Because the night (esta vez con un vibrante solo de guitarra de Steve Van Zandt), la mencionada The River o la maravillosa Thunder Road, una canción que justifica una vida.

Para que no faltara de nada, Bruce tenía más sorpresas reservadas para el público del Bernabéu. Así por primera vez en España, invitó al escenario a Southside Johnny, líder de los Asbury Jukes, junto a quien interpretó Talk to me sacando el lado más ganso y divertido de los dos viejos camaradas. Impagable ese momento.

Con Southside Johnny. Foto: Olga Sánchez

Después de una maravillosa lección de soul en Apollo Medley y de encadenar Born in the USA y Born to run, mover las caderas con Hungry heart, tocar el piano con la cabeza en Seven nights to rock y bailar con todas las luces del estadio encendidas Dancing in the dark, el músico parecía despedirse con Tenth Avenue Freeze-Out, en la que incorpora el impresionante homenaje silencioso a su amigo Clarence Clemons. Pero, decidido a no irse nunca, volvió a agarrar la guitarra cuando algunos ya se marchaban para rematar de forma grandiosa con su versión de Twist & Shout coreada por las 60.000 almas reunidas en el Paseo de la Castellana.

Llevo mucho tiempo convencido de que quien asiste por primera vez a un show de Bruce sale de él transformado, si no en fan, sí en admirador de por vida del rockero de Nueva Jersey. Varias personas muy queridas tuvieron la suerte de que el de anoche fuera su primer concierto de Springsteen y sé que no lo olvidarán. Fue un espectáculo histórico por su duración, calidad, brillantez y por la energía que no dejó de fluir desde el escenario. Un concierto de los de «yo estuve allí».

Reconozco que no soy objetivo y que al referirme a Bruce Springsteen casi siempre habla el fan que hay en mí. Pero sinceramente creo que ser contemporáneo de alguien tan grande como el rockero de Freehold es uno de los privilegios que me ha tocado vivir, así que intento disfrutar de ello. Como decía al principio de estas líneas, lo de Bruce no admite adjetivo alguno y sólo cabe darle las gracias. Por seguir dejándose la piel cada noche después de tantos años y por recordarnos que, pese a todo, seguimos vivos. ¡Celebrémoslo!

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5 comentarios sobre “Bruce Springsteen, el rock como celebración

  1. Qué sensación tan gratificante se produce cuando lees unas palabras con las que coincides absolutamente en su contenido y, mejor aún, en los sentimientos que encierran. Totalmente de acuerdo contigo en todas y cada una de las ideas/emociones que expresas. Gracias, una vez más. ¡El concierto fue increíble porque Bruce y la E Street Band son increíbles!. Otra noche más para la Historia. Nos alegramos un montón por ti y por los que te acompañaban. A ver si nos vemos pronto y lo celebramos. Y… sigue escribiendo así. Con el corazón, tío. No surrender!!

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