Sería complicado encontrar subido a un escenario a alguien con menos aspecto de estrella que Ron Sexsmith. Alejado de toda pose, con su aire despistado de niño grandullón y buenazo, lo suyo es la sencillez de las pequeñas cosas que nos alegran la vida, y que justo por esa razón acaban siendo las más grandes. Sus canciones reconfortan como un atardecer desde el acantilado, como la lluvia golpeando en el cristal, como unos dedos recorriendo la espalda, como el abrazo que cada noche te da tu hija justo antes de quedarse dormida. Asistir a un concierto de este héroe sin pretensiones tiene efectos terapéuticos, porque cuando termina de tocar uno se siente mejor, dispuesto a darle otra oportunidad al mundo y a sí mismo. Ocurrió la otra noche en Madrid, en mitad de una semana de griterío, pero hasta el interior del Teatro Lara no llegaban el ruido, ni la furia. Sólo la música de un tipo sencillo y natural, incapaz de pensar por un momento que está en sus manos obrar milagros.
Ron Sexsmith ha visitado España para presentar Carousel One, el disco que publicó hace unos meses y que hace el número 14 en su discografía. De nuevo, un trabajo en el que el músico canadiense despliega su inmenso talento para crear canciones preciosas, brillantes y emotivas, demostrando una vez más que hay personas discretas capaces de hacer esta vida más bonita sin grandes aspavientos. Porque los gestos de cara a la galería, los artificios, el marketing, son algo que no va con este artista que nunca ha llegado a un público de masas a pesar de su calidad y de sus más de 20 años de carrera, lo que por otra parte no parece preocuparle, pero que ha conseguido una legión de seguidores incondicionales y el respeto unánime de multitud de compañeros de profesión.
El jueves tocó en Madrid, en uno de esos bonitos conciertos que se celebran en el Teatro Lara bajo el sello de Son Estrella Galicia, y por allí se dejaron ver músicos locales admiradores de Ron como Leiva, Ángel Stanich, Carlos Tarque, Mario Raya, Pancho Varona o Álvaro Urquijo y Ramón Arroyo, de Los Secretos. Precisamente a estos últimos les dedicaría el canadiense la fantástica Get in line, que los madrileños han adaptado en su último disco, Algo prestado, ‘castellanizando’ el título como Ponte en la fila. Quizás esa versión comenzó a gestarse hace un par de años, la vez anterior que Ron Sexsmith visitó la capital, en una noche que acabó tocando canciones en casa de Ramón Arroyo junto a varios amigos después de su bolo en la sala Sol.
El concierto del jueves comenzó con retraso, después de la actuación inesperada de un músico invitado y desconocido por estos lares, Sam Palladio. Eran casi las 23:30 cuando Sexsmith apareció en el escenario arropado por una magnífica banda de músicos. Bastó con que comenzaran a sonar los primeros acordes de Nowhere to Go para que el teatro se llenara de una magia que ya no desapareció durante la hora y media escasa en la que el canadiense repasó canciones nuevas y antiguas, bajo el denominador común del buen gusto y su tendencia a un pop clásico y luminoso que se realza en su voz cálida y cristalina. «El eslabón perdido entre Macca y Roy Orbison«, escribiría después Leiva en su twitter, en una definición bastante ajustada a la figura de este creador e intérprete que, efectivamente, aúna la exquisitez de McCartney y la melancolía de Orbison y que, como ellos, sabe extraer la máxima belleza partiendo de la sencillez. La misma sencillez y naturalidad con la que cuenta que Words we never use tiene un acorde muy extraño pero que él no lo quiso modificar, y se lo marca a continuación al público con un guiño al ejecutarlo con su acústica Taylor, o cuando sobre la marcha cambia el repertorio porque alguien desde el patio de butacas le ha pedido una canción que no tenía previsto tocar. «Ok. For you», le dice al afortunado admirador justo antes de cerciorarse de que la banda está preparada para tocarla.
Así transcurrió un concierto que se pasó en un suspiro y que se cerró con la extraordinaria Secret Heart, la canción que abre su segundo trabajo, un disco homónimo que acaba de cumplir 20 años y al que el músico dedicó parte de su repertorio. Después quedaría tiempo para un par de bises antes de que las luces del teatro se encendieran haciendo visible en el auditorio un mar de sonrisas. Entre ellas se deslizó la del propio Ron Sexsmith que, junto a su banda, desapareció del escenario con la misma discreción con la que había llegado, sin ser consciente de que, entre uno y otro momento, algo había cambiado. Definitivamente, fue una noche magnífica en este Madrid poliédrico y expectante, una ocasión propicia también para reencontrarse con algunos amigos y compartir con ellos las alegrías cotidianas y alguna pena puntual, y para convencerse de que sí, de que a pesar de todo merece la pena seguir dejando por escrito que hay música que te acaricia el corazón y te hace mejor. Por todo ello, gracias, Ron.
Si quieres unirte a la página de Esa canción me suena en Facebook, pincha aquí. Si también nos quieres seguir en Twitter, aquí.