Da igual que envíes flores cada día si nadie quiere recibirlas, o que cocines el plato más delicioso cuando ningún paladar lo va a saborear. Los artistas saben bien que, sin público, nada de lo que hacen sobre un escenario tiene significado. Hoy Esa canción me suena desea rendir un pequeño homenaje a quienes rara vez ocupan espacio en las crónicas de un concierto, pero sin cuya participación éste sería inviable. A esos rostros sonrientes que quedan en la sala cuando los músicos se marchan y las luces se encienden. A los que disfrutan genuinamente de la música y por ella invierten dinero, soportan largas colas, hacen kilómetros y derrochan entusiasmo. Porque sin vosotros no hay música, muchos os veréis reconocidos en la historia de Raquel y Fernando.
Que esta pareja encantadora protagonice hoy estas líneas se debe a que, desde hace ya bastante tiempo, siempre que voy a un concierto tengo la certeza de que allí estarán el músico o la banda en cuestión y también Fernando y Raquel. Da igual que se trate de Wilco o Iron Maiden, John Hiatt o Ariel Rot, Rebeca Jiménez o Ron Sexsmith. Ellos están. Siempre. En Madrid, en Bilbao o en Londres. De hecho, nos hicimos amigos a fuerza de coincidir enfrente de escenarios. Para mí personifican como nadie el concepto de fan, derivado del vocablo inglés fanatic.

Porque exactamente eso son Raquel y Fernando, unos fanáticos de la música, sin la que, sencillamente, no conciben el mundo. «A mí me apagan el audio y me apago yo también», afirma él con la vehemencia que se apodera de su cuerpo cuando habla de su pasión. La misma que contagió a su mujer Raquel hace 30 años, cuando se conocieron en la Facultad de Derecho del CEU, en Madrid. «En mi casa siempre se había escuchado música y yo era más de la rama de cantautores como Aute o Serrat. Pero con Fernando comencé a escuchar otros estilos de música y, hoy por hoy, le damos prácticamente a todo», dice Raquel con su sonrisa perenne.

En el caso de Fernando, hay varias fechas que han marcado su vida, todas relacionadas con la música, claro. La primera de ellas es el 6 de marzo de 1982. Aquel día, en el Pabellón del Real Madrid, Miguel Ríos presentó su Rock’n Ríos. «Yo sufrí como una especie de iluminación, y no fui el único», asegura. «Esa sensación de ver cómo se lo jugaba, cómo se dejaba la piel para hacer ese concierto y lo que transmitía a la gente fue la leche, una sensación como de nuevo mundo. En esa época los shows eran bastante precarios en cuestión de luces, sonidos, efectos especiales y demás. Pero Miguel Ríos trajo los adelantos que había en Europa e hizo tal demostración de entrega que me di cuenta de que toda mi vida iba a estar vinculado a esto. Ahí vislumbré esa idea de rock como instrumento de cambio, como herramienta para construir un mundo mejor».

Fernando acababa de llegar a Madrid desde su Vitoria natal para estudiar la carrera, y fue entonces cuando conoció a Raquel, madrileña de pura cepa. Ambos comenzaron a asistir a conciertos juntos, a compartir su amor por las canciones. «Sin duda, nuestra relación está totalmente vinculada a la música», dice ella.
Como prueba, otra de esas fechas marcadas a fuego en su biografía sentimental común: el 2 de agosto de 1988. Bruce Springsteen actuaba en el estadio Vicente Calderón y aquella tarde de verano Fernando se encontraba muy lejos de Madrid, pasando un momento muy amargo. «Estaba haciendo la mili, que para mí fue una experiencia traumática. Raquel asistió con unas amigas al concierto de Bruce y yo recuerdo esa noche como la peor de mi vida. Estaba tan jodido que me hice el juramento de que nunca más iba a perderme un concierto como ese».
Y es lo que intentan desde hace muchos años, no perderse casi ningún concierto. Y con mayor motivo si quien actua es su idolatrado Bruce Springsteen. Cuando el boss viene a España, la pareja planifica sus vacaciones en función de los shows del rockero estadounidense. «Antes de iniciar cada gira, Bruce debería consultarnos», dice riendo Raquel. Y si él no viene, son ellos quienes lo buscan, como hace un par de veranos, cuando invirtieron sus vacaciones en recorrer Nueva Jersey en una especie de peregrinación a los lugares ‘sagrados’ del mito. «Llegamos hasta Rumson, donde vive Bruce, pero el GPS del coche no admitía coordenadas y fuimos incapaces de acercarnos a su rancho», cuenta Fernando.

Fernando y Raquel acumulan vivencias inolvidables relacionadas con la música. Han viajado a muchos países al reclamo de infinidad de artistas. En su casa guardan ocho gruesos álbumes de fotos repletos de entradas de conciertos, recortes de periódicos con crónicas y críticas, fotografías y demás recuerdos. Y hablan con el mismo cariño de actuaciones acústicas de cantautores en un local íntimo como el Búho Real, en Madrid, que de conciertos multitudinarios como el que presenciaron este verano en San Francisco, en esa ocasión para ver a Iron Maiden. Por encima del artista, siempre la música. Y el amor por ella.

Fernando ha estudiado guitarra, y tiene varias en su casa. Durante años soñó con ser él quien estuviera delante de los focos, pero la vida le llevó por caminos que no conducían al escenario. «En los conciertos sufría por ello, era una sensación de frustración intensa porque yo quería estar arriba. Pero hace años que asumí que mi sitio está abajo, en el público, y a partir de entonces comencé a disfrutar más», confiesa.
Muchos les preguntan cómo pueden seguir ese ritmo y no sólo por el esfuerzo físico que supone ir a conciertos una semana sí y otra también, sino por cuestiones puramente monetarias. «Es sencillo», dice Raquel, «escatimando en otras cosas que nos parecen menos prioritarias».
Ambos son funcionarios, por lo que este año se han quedado sin paga extra de Navidad –«nosotros la llamábamos la paga ‘springstiniana’ porque la íbamos a dedicar a Bruce»– y tienen dos preciosas hijas en edad de costearles estudios. «Ahí se nos va el dinero, en ellas, que son lo principal, y después en la música», señala Fernando.
Cuando se celebró esta entrevista, acababan de disfrutar en Madrid de un concierto de Doro Pesch, reina alemana del Metal, y se disponían a asistir al show de los Black Keys en el Palacio de Deportes de la capital. En el momento de escribir estas líneas, intuyo que se están preparando para ver a Jorge Marazu en la sala Clamores presentando su primer disco. Allí espero verlos y me alegraré de hacerlo. Porque siempre es un placer compartir un rato de charla con ellos, intercambiando puntos de vista sobre la pasión que nos une. Y además porque son personas encantadoras.
A través de ellos he querido poner rostro a ese público que hace posible que la música tenga sentido. A todos los que se emocionan ante una melodía, a los que sienten que una determinada letra se escribió pensando en ellos. Sin gente como Fernando y Raquel, como vosotros, no hay música.
Si alguna vez os los encontrais en un concierto, no dudéis en acercaros a saludar. Seguro que hablaréis el mismo idioma porque el lenguaje de la emoción es universal.

Si quieres unirte a la página de este blog en Facebook, pincha aquí. Si también lo quieres seguir en Twitter, aquí.
Raquel y Fernando, qué maravillosas personas y con qué intensidad viven la música. Ojalá sigamos compartiendo conciertos y kilómetros durante muchos más años.
Gran artículo así da gusto. Esta pareja se merece esto y más, su pasión no conoce límites.
Se merecen este homenaje!! por todo, su calidad humana, simpatía y su pasión por la música. Siempre es un placer saludarles y hablar con ellos, como también otros amigos que hemos conocido a lo largo de este tiempo y que no hace falta nombrar porque ellos saben muy bien quien son. Tanto los propios músicos como gente como Raquel y Fernando hacen que todos estos kilómetros, dolorosos madrugones y marrones varios merezcan la pena.
Estamos emocionados por este post y por los comentarios que ha suscitado. No tenemos palabras suficientes para daros las gracias: A Chema, que con este blog está creando magia musical de la mejor calidad. A toda la gran familia Madison. A todos los que en cada concierto entregan lo mejor de sí mismos (su ilusión y sus sueños). A los músicos que no pierden la fe en su arte y lo dan todo sobre el escenario. A todos los que encuentran en la música razones para creer y motivos para vivir. Muchas gracias por ser. Muchas gracias por estar.
Como siempre, me ha encantado el post. Enhorabuena.