Pasa la vida en Galileo Galilei

Quique GalileoAquellos días todo sucedía veloz. Quien más quien menos lucía ya algún zurcido en el traje, un disparo en el zapato o la niebla de una pena en la mirada, pero conservábamos el valor que da la inconsciencia y la alegría de creernos a salvo de todo. La desgracia siempre era ajena y las madrugadas nuestras. No habíamos sido todavía heridos por certezas: ignorábamos que los amigos fallan, que el amor puede resistir más cuando está roto y que mañana quizás sea tarde para abrazar a tus padres. Aquellos fueron los días en que Quique González publicó Salitre48 y una noche fuimos a su encuentro a Galileo. Sería el primero de bastantes conciertos allí. Aún no existían las canciones que nos hablarían de pájaros mojados, de aviones en tierra, de kamikazes enamorados, de desperfectos, de avería y de redención, pero eso es justo lo que fuimos a buscar, aunque no lo sabíamos. Habíamos partido de viaje hacia lo incierto y aquel tipo tímido que se apoyaba en la seguridad de Carlos Raya nos prestó sus mapas. Todo lo que había en ellos se limitaba a miles de trayectos señalizados entre canciones que todavía estaban por escribir.

Chema Doménech

Aquellos días regresan esta noche, viendo de nuevo a Quique González en Galileo, 14 años después de esa primera vez. Es el segundo de los dos conciertos consecutivos de Carta Blanca, la gira con la que el músico vuelve a sus orígenes recorriendo el país acompañado sólo por su guitarra. Las entradas se agotaron hace meses, nada más ponerse a la venta, así que la sala está llena; a un lado el artista que acaba de aparecer en el escenario, al otro el público, y entre ellos, mezclados, los recuerdos de cada uno. Hoy sabemos que hay pájaros mojados, aviones en tierra o kamikazes enamorados. Esos mapas que aún reflejan parte de nuestro trayecto vital muestran menos espacios en blanco, por eso ya hay predisposición a la emoción cuando Quique comienza a tocar el primer tema, Las chicas son magníficas, quién sabe si en un guiño a los resultados de las elecciones del domingo pasado.

la foto(1)Suena dulce la ‘Hummingbird’ que Quique está estrenando estos días, aunque es una guitarra añeja, facturada a mano en 1969. De alguna manera Carlos Raya sigue apoyándolo en el escenario, pues fue él quien le ayudó a comprarla hace unas pocas semanas. Al madrileño se le ve contento y tras la primera canción pone con humor algo de orden en este «concierto asambleario». Acepta peticiones de todos pero intentará organizarlas por sectores del público. Éste no hace ni caso y desde todos los rincones de la sala se suceden los ruegos. Una voz destaca entre las demás, es la de Quique: «¿Quieres que toque Caminando en círculos? ¡Vamos allá!», dice señalando a alguien mientras un aplauso cerrado celebra la decisión. Hay un ambiente especial esta noche en Galileo, es un hecho. Cuando canta esos versos clarividentes –«¿Dónde iremos a parar, calculando el vértigo de los sueños que quedaron detenidos?»– hay quien contiene la respiración. Suena después La cajita de música y mientras se dispone a afinar la guitarra alguien grita ¡Doble fila!, por lo que se sienta dócilmente al piano. No es fácil gestionar este torrente de deseos, pero Quique lo hace con elegancia y mano izquierda, intentando complacer a todos. Hoy está aquí para lo que quieran, pero sobre todo para que lo quieran. Por eso agradece con una mirada cómplice y una sonrisa cada muestra de afecto que recibe. A estas alturas, la red emocional que envuelve al artista y a su público está tejida. Y por si fuera poco, el sonido en Galileo es fabuloso. Flamen, su querido backliner, que lo acompaña siempre, se está ganando el sueldo ante la mesa de sonido.

«Luces que terminan de brillar, miles de cerillas sin gastar suben como globos de gas. Luego todo vuelve a empezar». El estribillo de Avenidas de tu corazón adquiere en este momento, en este lugar, un significado absoluto. Es parte de nuestra vida la que desfila ante los ojos, que amagan con humedecerse. En ese preciso instante nace esta crónica, por eso es personal. Entonces las teclas del piano señalan los acordes de Pequeño Rock and Roll para recordarnos lo determinante que un día fue esa canción, a la que sucederán otras también fundamentales en el cancionero del músico (Rompeolas, Avión en tierra, Kamikazes enamorados, Calles de Madrid, Reloj de plata, Palomas en la Quinta, Piedras y flores, Aunque tú no lo sepas, Salitre, Y los conserjes de noche…), junto a algunas poco frecuentes en sus directos, como una emotiva versión al piano de Discos de antes o esa preciosidad incluida en Daiquiri Blues, Nadie podrá con nosotros. Siempre habrá quien insista en pedir Cuando éramos reyes, y Quique González hoy no se va a negar a nada. Así que la toca adornándola al final con un fragmento de Frío, la canción de Alarma!!! escrita por Manolo Tena. Él la canta al estilo de la versión que hizo Enrique Urquijo, a quien también homenajeará después tocando uno de sus más bellas y desgarradoras canciones, Hoy no. En este capítulo de recuerdos marcados por la ausencia, sigue dedicando Su día libre a su padre, el tipo que, con ocho discos de Quique ya publicados, aún le preguntaba a Santi Alcanda qué tal veía al chico. Antonio Vega también sobrevuela el escenario fugazmente, con unos versos de El sitio de mi recreo engarzados a De haberlo sabido, el tema que el madrileño está a punto de no poder tocar porque se le atraganta el arpegio que estructura la canción. «Voy a quedar como un mierda si no la toco», piensa en ese momento. Así que tira lejos la cejilla y se concentra en encontrar ese increíble arreglo que hace tres lustros salió del genio de Carlos Raya, hasta que finalmente lo consigue. Todo lo demás no importa.

Algunos de los que hemos vivido muchos conciertos del músico madrileño tenemos la sensación de estar presenciando uno de sus bolos más emotivos, especiales y profundos. Al acabar, él también cree que ha sido su mejor noche en Galileo en toda su vida. En la calle, a la hora de los cigarros, un grupo de chicas se abraza, felicitándose entre sí por haber estado hoy aquí. La gente se aleja sonriendo. Sobre ese escenario Quique González ha mostrado su verdad, alcanzando su máxima expresión como artista al reducirla a la mínima de su voz, su guitarra y sus canciones. Por eso no es extraño que el show haya terminado con el músico cantando sin amplificación al borde del escenario y el público en pie acompañándolo. Había demasiadas vidas cruzadas en esta sala como para no sumar sus voces a las del músico que se ha ganado a golpe de canción el cariño y el respeto con el que lo reciben allá donde va. Es el mismo tipo enamorado de la música que dentro de unos días estará disfrutando en el jardín de su casa en Cantabria con los músicos de su banda, preparando las canciones que formarán parte de su próximo disco. Canciones que señalarán trayectos nuevos en los mapas que nos entregó, aquí en Galileo, hace ya 14 años. Cuando recorríamos las avenidas de esta ciudad sin nada que temer.

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3 comentarios sobre “Pasa la vida en Galileo Galilei

  1. Entre lo de Quique q es magia pura y tu forma de contarlo hay doble emoción el día del concierto y esperar tu crónica. Magnífica!

  2. La leche… Chema, cada vez que leo esta entrada, ya van 3, me da mucha más rabia no haber estado… Gracias por hacernos partícipes de la magia que se vivió… Salud

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